Reñidero de gallos

Andalucía debería dar el paso de ilustrar una gran lección política de convivencia. España la necesita

Las elecciones del próximo 2 de diciembre van a obligar a los políticos andaluces a desempeñar un papel de avanzadilla y en estas semanas previas sus actitudes serán observadas de manera minuciosa desde el resto del país. Es buen momento para que los partidos de esta región, en lugar de sumarse a la atmósfera de confrontación reinante desde hace años en España, fueran capaces de romper con la triste imagen propia de un reñidero de gallos. De esta forma se podría dar el ejemplo cada vez más necesario, que mostrase que la violencia verbal del separatismo catalán no lo ha contaminado todo. No se trata de eludir los conflictos, ni enmascarar las diferencias ideológicas, ni esconder las denuncias, ni ablandar las propuestas de cambio, sino exponer todo ello, unos y otros, como si discutiesen con un adversario y no pelearan con un enemigo. Esta campaña de elecciones podría ser una digna oportunidad para Andalucía: independizarse de este reñidero en que se ha convertido el ruedo político español y ofrecer otra expectativa. La de una tierra que cuenta con cultura y madurez para permitirse explicar y discutir sin mentiras, victimismos, ofensas ni agravios. Repudiando, por tanto, todos esos medios que los secesionistas periféricos -aunque no sólo ellos- han impuesto en el primer plano de la política, con su deliberado afán por degradar el funcionamiento democrático.

De manera más o menos explícita, cara al 2 de diciembre, habría que llegar a ese pacto formal. Primero, interno entre los propios partidos, pero también entre éstos y los electores andaluces. Los partidos deberían exponer por escrito un programa de convicciones mínimas e ineludibles para que así, ese necesario libro impreso de intenciones no pudiese ser olvidado ni arrumbado ante las muchas tentaciones oportunistas que surgen. Y ese libro blanco y comprometedor tendría que contener algo más que cuatro consideraciones genéricas para que obligase, por ello mismo, a responder también con la palabra escrita. En el fondo, se trataría de adaptar a estos tiempos las dos pruebas que, hace aproximadamente un siglo, Max Weber consideró indispensables en el quehacer político: mostrar, argumentadas, las propias convicciones y sentirse, además, responsables a la hora de aplicarlas. Estas peticiones pueden parecer un tanto ingenuas, casi utópicas, pero alguna vez Andalucía debería dar el paso de ilustrar una gran lección política de convivencia. España desde hace tiempo la necesita. Estas elecciones podrían ser la ocasión.

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