Removiendo cenizas

Una serie de filtros ideológicos recuperan historias y personajes según sirvan o no para justificar creencias actuales

La memoria colectiva suele ser interesadamente selectiva. Así, de los siglos pasados han sido excluidos, en Andalucía, muchos recuerdos incómodos. Una serie de filtros ideológicos recuperan historias y personajes según sirvan o no para justificar creencias actuales. Lo que no encaja con las tradiciones del presente se desecha. Por tanto, no debe extrañar que sobre el Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, se extienda una capa de olvido. Quizás se teme que acontecimientos sucedidos en el siglo XVI distorsionen la imagen de una España pura sin contaminación herética. ¿Cómo dar a conocer que en aquel potente recinto jerónimo hubo decenas de monjes que se atrevieron a pensar de otra manera? Clérigos que tuvieron la osadía de concebir una religiosidad con una intervención menor de la iglesia y con la Biblia convertida en fuente primordial de lectura para los creyentes. Disensiones que desencadenaron entonces una terrible persecución. La pudieron evitar muy pocos, gracias al exilio. Para decenas significó la muerte en la hoguera, en autos de fe que alcanzaron a otros cargos de la diócesis y a cierta nobleza ilustrada. Pero este acontecimiento ha permanecido marginado. Su proximidad con el ideario erasmista y la reforma protestante ha sido estigma suficiente para imponer silencio. En estos últimos años, el monasterio lentamente se restaura, pero apenas un cartela milimétrica alude a la represiva atmósfera soportada allí. Por fortuna, Eva Díaz Pérez ha sabido con maestría recoger todo ese material y convertirlo en una bien trabada novela testimonial, Memoria de ceniza (editada en la Fund. J. M. Lara) que de forma fidedigna recupera aquella época conflictiva. La historiadora Doris Moreno con otro bien elaborado libro, Casiodoro de Reina. Libertad y tolerancia en la Europa del silgo XVI (editado en el Centro de Estudios Andaluces) ha enfocado el clima intelectual de aquella comunidad jerónima, para mostrar luego el exilio del monje que llevó a cabo la primera traducción directa de la Biblia al castellano. Un refuerzo en esta línea que persigue remover aquellas trágicas cenizas (para recuperarlas dignamente) lo ha facilitado el reciente Congreso de Academias de la Lengua. El académico Félix de Azúa, entusiasmado por la calidad literaria de la traducción de Casiodoro de Reina, ha abierto un nuevo frente para desenterrar aquel pasado. En este mismo periódico, Patricia Godino, en una crónica precisa y bien elaborada, renueva el interés por unos andaluces que se propusieron reflexionar sobre la tolerancia y la libertad. Algo se mueve, por fortuna, en torno a unas olvidadas cenizas.

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