Reinicios

Los miedos nos acompañan siempre y, cuando llega la hora de pisar nuevos entornos, aún más

Tengo dos amigas que se han separado de sus maridos este verano, dos compañeros que han disuelto su sociedad profesional después de más de 20 años, el hijo de un amigo cambia de colegio y una pareja conocida se muda. Andan acojonados todos. Una, que se entrega, les ha dedicado horas de conversaciones largas a todos ellos, hemos analizado los pros y los contras, hemos hecho listas y hasta hemos tirado monedas al aire. La siguiente quedada partía de cero, eso sí, como sin lista, sin moneda y sin análisis previos anduviésemos. Porque, cuando va de cambiar, el cambio asusta lo suficiente como para que todo cambiante esté legitimado para decir y desdecir, para volver al argumento de la conveniencia de mantenerse inmóvil, aprovechar algo más las plataformas preexistentes o redirigir la energía al abordaje de lo nuevo -este camino puede hacerse y deshacerse varias veces y en ambos sentidos-.

Yo les confieso que hubo mesas en que me perdía de comensal, que confundía el del cole con las del divorcio y la mudanza con el fin de la comunidad de bienes histórica. En el postre, todos lo reconducían a lo mismo: el miedo a lo desconocido, a lo nuevo, la incertidumbre, junto a lo cómodo de seguir igual, el peso de lo que se deja atrás. Excusillas por temor también todos, ninguno estaba tan mal, pudiera no ser el mejor momento, todos se escudaban en lo inacabado del proyecto actual. Miedo.

Los miedos nos acompañan siempre y, cuando llega la hora de pisar nuevos entornos, aún más. Ese binomio del miedo al cambio / miedo a equivocarse, el replantearnos si tan mal andábamos que no tuvimos más opción que ejecutar esa modificación; si no pudimos intentarlo más, si fuimos lo suficientemente claros sobre nuestras necesidades en el espacio anterior; cuánto de decisión propia y cuánto de imposiciones sobrevenidas hay en todo esto. Y de repente, llega. El borrador del convenio regulador, el primer día de clase, el camión para el embalaje y la nueva placa o el correo corporativo. Y ahí, pavor absoluto.

Todos ellos tendrán que convencerse de que sus vidas son suyas, y nosotros, de que las nuestras son nuestras; Y una vez que nos colocan o nos colocamos en ese nuevo punto de partida, constatemos que la vida no es de aquellos maridos, ni del muy querido socio, ni del entorno. Seamos entonces protagonistas de nuestra vida, afrontemos lo que viene y decidamos para dónde y cómo queremos tirar. ¡Reiniciarse o morir!...

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