Red de redes

Las redes sociales están creando generaciones que no son capaces de distinguir entre la verdad y la mentira

Esta semana, las redes sociales -sobre todo Twitter- se llenaron de insultos homófobos contra Bimba Bosé y su tío Miguel Bosé, sólo porque el tío se había despedido de su sobrina muerta con un emotivo mensaje publicado en las redes sociales. Y más o menos al mismo tiempo se supo que un joven youtuber se había burlado de un indigente ofreciéndole veinte euros y dándole unas galletas rellenas de pasta de dientes. "Como mínimo le servirán para lavarse los dientes", comentó el simpático muchacho en su canal de YouTube, donde tiene más de un millón de visualizaciones. ¿Era consciente ese chico de que estaba humillando a ese pobre hombre? ¿Tenía alguna idea de lo que significan las palabras dignidad, ser humano, compasión? Por supuesto que no.

Hacia 1995, cuando se empezó a hablar de internet, mucha gente empezó a fantasear con la idea de que la nueva red crearía una inteligencia colectiva y una especie de conciencia global que redundaría en una mayor solidaridad y en un mayor respeto entre todos los seres humanos. Bueno, pues está visto que no ha ocurrido nada de eso, sino más bien todo lo contrario. Y si ahora mismo existe una nueva política -desde Trump a los partidarios del Brexit o la izquierda infantiloide de Podemos- que parece incapaz de vivir dentro de los márgenes de la realidad, eso se debe a que las nuevas tecnologías han borrado los límites entre lo que consideramos verdad y lo que consideramos mentira. Millones de youtubers están acostumbrados a vivir en una burbuja en la que prácticamente no existe el contacto humano y en la que todos se sienten protegidos y jaleados por esos seres invisibles que hacen click en los likes mientras se toman el Cola-Cao. En el último tercio del siglo XX, la revolución pop empezó a poner en cuestión conceptos como la conciencia individual o la idea de responsabilidad moral. Y ahora las redes sociales están creado las primeras generaciones que no son capaces de distinguir entre el bien y al mal o la verdad y la mentira. En estas condiciones, es muy difícil que la democracia tal como la entendemos -con sus correlatos irrenunciables de solidaridad y libertad- pueda subsistir en un futuro en el que ni la conciencia ni la verdad tengan ningún sentido. Y, mientras tanto, seguiremos pasándolo pipa descargando nuestra rabia y nuestro hastío en las redes sociales.

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