¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

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Rafael Valencia: donde los moros

"Berlanga es mi tierra natal y Sevilla mi ciudad vital", le gustaba decir a este paseante por las calles de Isbiliya

Contaba Rafael Valencia que, cuando estuvo como director del Instituto Hispano-Árabe de Cultura de Bagdad, entre 1979 y 1982, había gente de su pueblo que le decía: "¿Así que tú estás donde los moros? Allí hice yo la mili". Esa fue la geografía intelectual del arabista sevillano-extremeño recién fallecido: "donde los moros", los mismos que no se quisieron ir y se quedaron a vivir en las Islas del Guadalquivir, como dejó dicho Villalón. Al igual que el terrateniente y poeta, Rafael Valencia fue un "agricultor sentimental", como a él le gustaba definirse, que seguía cultivando la finca que heredó de su padre en Berlanga, en esa Baja Extremadura que es una Andalucía endurecida por los resoles del estío y los vientos gélidos del invierno. "Donde los moros", como bien sabía el profesor, no es un país coloreado en el mapa, sino un gran espacio compuesto por palabras, refranes, guisos, tesoros legendarios, llantos de mazmorras, torres cariadas, mocárabes y todos esos poemas árabigo-andaluces que tradujo Emilio García Gómez, el maestro de su maestra, Eugenia Gálvez.

"Berlanga es mi tierra natal y Sevilla mi ciudad vital", le gustaba decir a Rafael Valencia, eterno paseante por las calles del centro de Isbiliya, siempre cargando una mochila que subrayaba su condición de universitario. A saber cuántas historias guardaba Valencia en aquel morral. Algunas las contó con esa ironía barroca que le caracterizaba, como aquellas de su mili en Tenerife, en una unidad de transmisiones, espiando al MPAIAC de Cubillo y al Ejército Marroquí. Lo que nunca contaba eran los sinsabores de su lucha por mantener en pie a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, abandonada por las administraciones a su suerte pese a ser una de las instituciones con más solera de Andalucía. Su compromiso como director fue mucho más allá del mero cumplimiento del deber, como bien saben los académicos.

Pese a su orgullosa condición de arabista, Rafael Valencia no entraba en el absurdo dilema de si Sevilla es romana o árabe. "Es americana", solía zanjar con coña atlántica para quitarse de encima el debate, producto de los complejos de un sector de la población que se sueña visigoda. A continuación te soltaba una frase hecha de los años islámicos, "era más sucio que un aceitunero del Aljarafe", o reivindicaba a uno de los grandes y olvidados sabios de la morería sevillana, Avenzoar: "Hay más de una docena de hospitales árabes que llevan su nombre, pero aquí apenas se conoce". Y luego se marchaba con su mochila al hombro, Dios sabría a dónde.

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