EL mismo día en que se supo que el salario medio del trabajador español se redujo en 2006 un 0,3% en términos reales -la segunda mayor caída entre los treinta países de la OCDE- el congreso del PSOE, el de la apoteosis de Zapatero, consagraba las prioridades socialistas: aborto, eutanasia y laicidad. Significativo.

La crisis económica, ni nombrarla. Las viejas ideas de transformación social han sido relegadas, sustituidas por las tesis, de más brillo y sugestión, del republicanismo cívico: extensión de los derechos ciudadanos en relación con la moral, las costumbres y el desarrollo personal. Está bien, significan un avance en la libertad de los españoles, pero no es un giro a la izquierda.

El caso es que las prioridades de ahora no eran tan prioritarias hace un rato. La ley de plazos para abortar y la ley de eutanasia fueron rechazadas por el PSOE durante la anterior legislatura, con este argumento: no existía una demanda social de ellas. De hecho, ninguna de las dos figuraba en el programa electoral con que Zapatero se presentó el 9-M, y ganó. Milagrosamente, de marzo a julio ha debido producirse una exigencia popular perentoria para que las mujeres aborten a voluntad dentro de unos plazos predeterminados y los pacientes terminales vean garantizado su derecho a una muerte digna. Suscribo las dos reformas, a la vez que pregunto ¿por qué en cuatro meses han pasado de no demandadas a inaplazables?

La laicidad del Estado ha seguido la misma trayectoria. Hace cuarenta días el PSOE votó en el Congreso en contra de una propuesta de IU para retirar de los actos públicos los símbolos religiosos (religiosos de la religión católica, se entiende). El congreso socialista acaba de pronunciarse por "la desaparición progresiva de símbolos y liturgias religiosas en edificios públicos". ¿Y qué decir del voto de los inmigrantes en las elecciones municipales? Pues que ¡ya se aprobó!, en el Congreso, por unanimidad, en 2006. Lo único que tenía que hacer el Gobierno, y no ha hecho, era firmar tratados con las naciones de origen para asegurar la reciprocidad.

Es completamente legítimo poner en duda que en su 37º Congreso los socialistas hayan girado a la izquierda. Su objetivo más evidente ha sido proyectar el debate político sobre asuntos levemente progresistas que desafían la capacidad del PP para centrarse y la habilidad de la derecha religiosa para adaptarse. Ha habido más cosmética que profundidad o, si se quiere, más sentido de la oportunidad que radicalismo real. El aislamiento del Partido Popular no puede plantearse igual contra Acebes y Zaplana que contra Cospedal, Sáenz de Santamaría y Mato.

Lo que sí ha hecho bien Zapatero ha sido la nueva ejecutiva.

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