Querida Inés: si algún día me da por escribir una novela en la que relate mi vida al estilo Cuéntame cómo pasó, tú estarás en ella y también ese gato romano que me regalaste y al que bauticé como Vicente, en homenaje a un militar oriundo del pueblo que era muy muy mujeriego. En esa novela serás un personaje importante como, de alguna forma, lo fuiste en mi niñez. Tú, que por ser una persona diferente, eras objeto permanente de mofas. Día tras día tenías que soportar como muchos se reían de tí, esos muchos que eran tan ignorantes que jamás supieron ver que tenías un grandísimo corazón. A pesar de que eras una mujer hecha y derecha, tu inocencia no era capaz de combatir esos continuos insultos de chavales por las calles que no paraban hasta conseguir cabrearte mientras ellos, sin ningún tipo de vergüenza, se reían a carcajadas de ti. Cada vez que presenciaba alguna escena de esas me indignaba y no entendía cómo el ser humano puede ser tan cruel con quien es diferente, con el débil, con alguien como tú que pensabas que todo el mundo era bueno, que era sólo cosas de niños.

A veces, cuando aquello ocurría venías a refugiarte a mi casa, donde además de encontrar un poco de paz y amistad, le dabas compañía a mi madre, cabeza de una familia mermada por las cosas de la vida y, de paso, hacías realidad tus ilusiones haciéndome partícipe de ellas. Ilusiones que a muchos le parecían entonces y le pueden parecer ahora tonterías, pero nada más lejos de la realidad, porque para ti recibir un saludo por carta del Rey, del presidente del Gobierno o de algún ministro acababa por hacerte llorar de alegría, por hacerte feliz. Recuerdo aquella pequeña carta que escribí en tu nombre a Juan Carlos I para felicitarlo tras el frustrado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Y aquella otra que de mi puño y letra y con palabras salidas de tu corazón llegaría a la Moncloa para mostrar tu apoyo y fuerza a Adolfo Suárez también por el 23-F en un momento en el que al entonces jefe del Ejecutivo lo habían traicionado los propios suyos. Y cómo olvidar la que enviamos a Felipe González a finales de octubre de 1982 con destino también Moncloa para desearle lo mejor en su cargo como presidente del Gobierno, "que siempre será lo mejor para España", decías.

Esos que se reían de ti y te apellidaban La Tonta -me cuesta hasta pronunciarlo- te decían que esas decenas de cartas que mandabas al año con tanta ilusión no llegaban a las manos de los destinatarios, que te respondían sus oficinas de prensa. Qué ilusos. Tú y yo sabemos que en mis años de estudiante de Periodismo en la Complutense de Madrid le hice una pequeña entrevista a Adolfo Suárez y tras concluir me dio por hablarle de aquella carta del 23-F, una de las muchas que le escribiste. "¿Me la envió una tal Inés, verdad", me preguntó.

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