La tribuna

Francisco J. Ferraro

Próspero año... 2010

LA coincidencia generalizada de que la crisis económica se prolongará cuando menos hasta final del próximo año ha llevado al ingenio popular a desear felices navidades y próspero 2010. Que en ese año se produzca la recuperación económica dependerá de circunstancias internacionales, pero también de cómo nosotros afrontemos la crisis.

Como he comentado en otras ocasiones en estas páginas, el agotamiento del patrón de crecimiento basado en el boom inmobiliario y en una elevada demanda agregada (consumo e inversión) se estaba agotando con anterioridad a desencadenarse la crisis financiera. Consecuencia de ello era la existencia de un elevado desequilibrio exterior y la pérdida de competitividad. En consecuencia, nuestra economía requería ajustar nuestra demanda a la generación de renta y propiciar un ajuste productivo hacia especialidades más intensivas en conocimiento.

Sobre el agotamiento del patrón de crecimiento de la economía española se superpuso la crisis financiera internacional, que estuvo próxima a producir un crash financiero. Las extraordinarias medidas de rescate lo han evitado hasta el momento, pero no han podido impedir que el contagio de la crisis al consumo y la actividad productiva haya desembocado en una recesión generalizada en los países desarrollados, y que el contagio se extienda a los países emergentes para convertirla en una crisis global.

En este contexto, el consenso político económico exige una política fiscal activa para tratar de impedir que la recesión derive en deflación y en una depresión prolongada. Crisis, por tanto, compleja, que exige terapias diferentes, incluso opuestas, como la estabilización que requeriría la economía española de no haberse producido la crisis financiera y la conveniencia de estímulo fiscal ante los riesgos depresivos. Por tanto, la intervención político económica tiene que ser muy precisa para que algunas medidas conducentes a un objetivo no sean contraproducentes para otro. Así, un aumento del gasto público que se dirija a la inversión o al mantenimiento temporal de rentas parece necesario, pero si la expansión fiscal se concreta en un aumento del gasto público corriente o a la elevación de rentas sus efectos se consolidarán y limitarán la posibilidad de ajuste.

Entre las numerosas (deshilvanadas y, a veces, inadecuadas) medidas adoptadas por el Gobierno español, las últimas destinadas a estimular la actividad económica son coincidentes en su espíritu con las adoptadas por otros gobiernos de países desarrollados. Sin embargo, sus efectos tardarán algún tiempo en apreciarse, y mientras tanto el consumo sigue cayendo intensamente y la inversión se encuentra bloqueada. En estos comportamientos influyen más que la caída de las rentas la desconfianza de consumidores y empresarios, que ante las perspectivas depresivas están tomando decisiones de ahorro de precaución, con lo que se está ajustando la economía en el sentido al que me refería en primer lugar, pero está precipitando a la actividad económica a la depresión.

Así, por tanto, las expectativas están sobreactuando y generando una peligrosa espiral de menor consumo, menor inversión, menor empleo, y así sucesivamente. En este contexto, devolver la confianza sobre las posibilidades de nuestra economía es difícil, y en los próximos meses se producirán pocas noticias alentadoras. Exigiría un liderazgo político que, lejos del optimismo inconsistente, transmita a los ciudadanos la complejidad y profundidad de la crisis, pero también nuestras potencialidades hacia el futuro, y que traslade a la sociedad que el mantenimiento de un nivel de consumo e inversión moderados es prudente y necesario para la recuperación. El Gobierno no ha jugado ese papel, pero la oposición también está contribuyendo al clima de desconfianza con su discurso catastrofista y la crítica por sistema a todas las iniciativas gubernamentales.

La gravedad de la situación económica requiere políticas consensuadas con la oposición y, deseablemente, con otras instituciones como los sindicatos, la patronal y los gobiernos autonómicos, y propiciar la inclusión de todas las fuerzas sociales en la tarea de restaurar el crédito social, imprescindible para la ingente tarea de un programa ambicioso que nos resitúe en la nueva economía mundial que se alumbrará cuando se supere la crisis. Cada vez es mayor el acuerdo entre los analistas sobre la necesidad de entendimiento entre el Gobierno y la oposición, y hasta el Rey lo ha demandado en su alocución navideña. Acuerdo que no debería limitarse a las medidas a corto plazo, sino también a las reformas estructurales imprescindibles para abordar la recuperación del ciclo económico sobre bases de mayor competitividad.

Nos espera un difícil año 2009, pero de nosotros (de los responsables públicos y de la suma de los comportamientos individuales) dependerá que 2010 sea el año de la recuperación.

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