La ciudad y los días
Carlos Colón
Tesoro de la Iglesia, patrimonio universal
En tránsito
Desde hace un tiempo, no mucho -dos o tres años-, hay una especie de obsesión por desaconsejarnos hacer cosas en beneficio de nuestra salud o de nuestra moral. Se trata de una especie de nuevo catecismo que ahora se impone a todos los ciudadanos que quieran ser personas dignas y ejemplares. Las prohibiciones, porque en el fondo son prohibiciones aunque no estén sometidas -todavía- a un criterio coercitivo, son muchas y muy variadas: no debemos viajar en avión, no debemos comer carne (es mala para la salud y para el medio ambiente), no debemos ducharnos (hay que economizar agua), no debemos malgastar energía, no debemos vestir prendas fabricadas en determinados lugares (para no fomentar el trabajo infantil), no debemos visitar determinados lugares (saturados ya de turistas) ni consumir determinados productos que contaminan o contribuyen al cambio climático. Tampoco es aconsejaba beber alcohol, ni apostar, ni tomar determinadas sustancias que no nombraremos. Hay muchas más prohibiciones (o actividades desaconsejables) que afectan a nuestra vida privada. No hace falta enumerarlas. En nombre de la ecología, de la salud o de los derechos de los animales deberíamos hacer todas estas cosas.
La novedad es que estas nuevas prohibiciones -todavía hipotéticas, aunque podrían ser reales dentro de muy poco tiempo- son propuestas por la izquierda que antes defendía una cierta libertad de costumbres y una rebelión total frente a las costumbres consideradas "burguesas". Pero ahora, aunque la Iglesia se descuelga de vez en cuando con alguna tímida condena -contra la masturbación, por ejemplo- que suena absolutamente ridícula en la época de oro del Satisfyer, esta especie de resurrección del moralismo puritano la lleva a cabo la izquierda. Y cuanto más izquierdista y más radical, más puritana se muestra y más obsesionada parece en su fijación por inmiscuirse en la vida privada de los ciudadanos.
Todo esto es muy curioso y anuncia un cambio radical en la política de este siglo XXI. La izquierda, que siempre tuvo un cierto rigorismo puritano -sobre todo en los países del socialismo real-, ahora parece haber recuperado aquella vieja obsesión por sustituir a los curas y a las beatas y por dictaminar cómo debe ser la vida privada de la gente. Es todo muy extraño. O no tanto, si lo pensamos bien.
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