Que Que sí, que no se puede legislar en caliente, ni se debe derogar en caliente, ni nada en caliente, porque, si las cosas las hiciéramos en caliente, es bastante probable que de los malos no quedase ni uno. Consternados como estamos con las noticias del pobre chiquillo de Almería, Gabriel, que han conmocionado a todo el país, por la frialdad y el cinismo repugnante de su asesina confesa y por la entereza y magnífico ejemplo de sus padres, especialmente de la extraordinaria Patricia, cuyas intervenciones públicas durante la búsqueda y, sobre todo, tras el triste desenlace, son para enmarcar, el Congreso de los Diputados enseñó el pasado jueves, otra vez, su cara más cutre.

El debate político debe tener, como mínimo, la misma sensibilidad y rigor que el que proporcionan las víctimas, a pesar de su dolor. Algunas personas afectadas por este tipo de crímenes, especialmente deleznables, han recogido firmas para pedir el mantenimiento de la pena de prisión permanente revisable en nuestro sistema. En concreto, tres millones. Sospecho que el apoyo popular a esta iniciativa es mayor incluso, sin contar con que las cifras pudieran dispararse ahora por el suceso trágico de Almería.

La Constitución dice que el sistema de penas en nuestro país está orientado a la re-educación del delincuente y su reinserción. Pero es obvio que no es el único vector de la pena; de hecho, la pena no se impone para reeducar, sino para que la sociedad se proteja frente a las agresiones a su convivencia pacífica y para castigar el daño causado. Una vez impuesta, debe dirigirse a re-educar, pero sin olvidar que ésa es la finalidad, no la función de la pena. La pena castiga. Luego si el daño es mucho, el castigo debe ser también severo.

Este tipo de penas existe, con carácter general, en toda Europa, se aplica mucho más en estos países que en España (hasta el momento, solo hay un caso aplicado aquí) y ha sido considerada compatible con la Convención Europea de Derechos Humanos por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Los argumentos para su mantenimiento o su derogación (yo abogo por su mantenimiento) son absolutamente respetables, pero el aprovechamiento de las circunstancias concretas de este momento para una cosa o la otra es sencillamente repugnante.

Los malos probablemente no detengan su vileza por la existencia de una pena más severa, pero, cometido el delito, es reparador saber que tendrán muy difícil recuperar su vida cuando han segado otra inocente, ellos, que son culpables. Las víctimas no quieren venganza. Si la quisieran, matarían con sus propias manos a los asesinos y no lo hacen pero, respetables señorías, a su pesar, quieren también no tener la oportunidad de hacerlo si los ven por la calle donde jugaban sus hijos.

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