Cuando hace una semana me sentaba a escribir esta columna, lo hacía esforzándome por no mirar a Madrid y atender a otros asuntos que no se dirimieran entre Génova y Sol, algo que no fuese la crisis del PP. Asombrada por las noticias que se sucedían hace apenas siete días en aquello que claramente era el epicentro informativo, resultaba realmente complicado desviarse de ahí y evitar la enorme expectación por cómo se desencadenarían los acontecimientos. Recuerdo las charlas del último fin de semana, los chats de esos días y eran realmente monográficos; entre Casado y Ayuso se concentraban las conversaciones. Entonces los términos eran espionaje, comisiones, deslealtades y ambiciones.

De repente, con pocas horas de diferencia del directo de Teodoro García Egea en la Sexta, Putin y el horror de la guerra hacían que nuestro foco de atención cambiase. Todas las miradas entonces, las giramos necesariamente hacia Ucrania, desde donde nos empezaban a llegar imágenes de terror absolutamente conmovedoras que nos azotaban y que nos llevaban a relativizar el resto de los temas porque, ciertamente, las escenas que horrorizados contemplamos hacen que, incrédulos, nos asomemos con espanto a un conflicto para el que jamás puede haber justificación. Ahora lo que leemos son misiles, disparos, combates. Barricadas y refugios antiaéreos. De nuevo, cifras de muertos ocupan nuestras pantallas, otra vez titulares sobrecargados con números de fallecidos. Otros términos.

Dan miedo el ritmo y la sucesión de noticias, dan vértigo los quiebros repentinos y comprobar una vez más, cómo la realidad nos zarandea, nos azota y pone en evidencia la necesidad de reordenar la prelación de preocupaciones. Cómo todo cambia en un momento y la crudeza con que puede hacerlo. Espectadores de acontecimientos que despiertan en nosotros grados variables de estupor.

El pasado viernes, en el acto de entrega de las Banderas de Andalucía, el consejero de Salud y Familias, haciendo suya la reflexión de José Carlos Ruiz, filósofo, profesor y promotor del Pensamiento Crítico, premiado y portavoz de todos los galardonados en aquel acto, ponía el acento también en eso, en las oportunidades que se van presentando ante nosotros para jerarquizar las prioridades.

Y es que las oportunidades de reconsiderar y darle una vuelta a la escala de valores y al orden de prioridades, se van presentando ante nosotros de manera recurrente. Los que más saben de esto, aseguran que cada crisis puede ser una ocasión para redefinir, que bien gestionadas pueden conllevar grandes oportunidades de cambio, crecimiento y desarrollo.

Aprovechemos cada sacudida de realidad, replanteemos preocupaciones y metas, convirtamos las opciones de cambio en posibilidades de superación y efectivamente, jerarquicemos nuestras prioridades.

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