El Partido Popular es una organización poco acostumbrada históricamente a alardes de democracia interna. La apertura del proceso para la elección de un nuevo presidente por parte de los afiliados ha generado toda clase de valoraciones, que mayoritariamente han apuntado a la incertidumbre y a la incomodidad entre muchos de sus dirigentes. La posterior renuncia del llamado a ser elegido, el presidente gallego Núñez Feijóo, ha sido interpretada como el ingrediente que faltaba para sumir al partido en el shock más profundo. Sin embargo la militancia, principal fortaleza del PP, se encuentra ilusionada.

De creer lo publicado estos días, muchos barones hubiesen preferido un plácido congreso con lista única, cocinada por ellos en la rebotica del partido. La mayoría de los militantes, sin embargo, prefieren un congreso abierto y democrático en el que la decisión la tomen ellos, no aquellos barones, después de oír y valorar a los distintos candidatos. La decisión de Feijóo, dolorosa para él y para quienes creíamos que era uno de los candidatos idóneos, puede finalmente resultar saludable: abre el proceso al debate y a la participación y brinda una extraordinaria posibilidad para la necesaria autocrítica y para que quien resulte elegido afronte los numerosos cambios que son imprescindibles en el partido.

Lo es eliminar la posibilidad de una obsesiva acumulación de cargos orgánicos y ejecutivos. Lo será también afrontar cambios en el proceso de elección: la obligación de inscribirse como elector en un período brevísimo resulta poco razonable, pues facilita las cosas a quienes controlan el aparato y revela un evidente desorden; la necesidad de hallarse al corriente en el pago de las cuotas priva del voto a la mayoría de los afiliados; y, en fin, la doble vuelta en la que la elección definitiva corresponde a compromisarios elegidos a través de un proceso que nadie entiende y que puede enmendar la plana a la militancia debe revisarse. No obstante, estamos ante un verdadero ejercicio de democracia interna, del que sus presuntos adalides tendrán mucho que aprender.

Pero lo esencial para el PP será elegir ahora a aquel que sea capaz de atraer talento y de imponer orden sobre la base del rigor en la gestión. Al que garantice un proyecto basado en la experiencia y aglutine el sentir mayoritario del partido, preservando su unidad e integrando a la mucha gente valiosa que haya apoyado otras candidaturas. A quien, desde luego, sea capaz de presentar una candidatura ganadora en las elecciones generales, recuperar el voto de quienes huyeron a la abstención o a Ciudadanos por los escándalos de corrupción en el partido y afrontar con garantías de éxito el reto de las urnas. Hoy la única que a mi juicio garantiza al PP todo lo anterior es mujer y se llama Soraya.

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