Veredas livianas

Noelia Santos

nsgemez@eldiadecordoba.com

Predecir el futuro

Para quien valora mucho la sorpresa no hay nada a resaltar en el hecho de saber lo que viene después

Adelantarse a lo que viene después podría ser tremendamente interesante. Predecir los movimientos de los demás y saber cuáles serán sus acciones sería de lo más útil. No tener que discernir entre hacer algo o lo otro porque sabes perfectamente cuál va a ser la decisión correcta. Algo así como la versión moderna de Sherlock Holmes, esa en la que el personaje encarnado por Benedict Cumberbatch predice los movimientos de John Watson dos semanas antes de que éste los ejecute. Aquí hace falta un conocimiento extremo de la otra persona y un manejo de datos casi alarmante, además, claro está, de ser el mayor detective de la historia.

Hay quien dice que con el big data esto podría ser posible. Que se ganan mundiales antes de jugarse o que la delincuencia podría caer hasta límites poco vistos gracias a la mayor confinación de datos del mundo y a la capacidad de interpretarlos de la manera correcta (y con el fin adecuado).

Esto vendría a confirmar, a grandes rasgos, una de las enseñanzas del estoicismo, aquella escuela en la que Epicteto decía que la existencia está predeterminada y que, básicamente, no podemos cambiar absolutamente nada. Al contrario de lo que pudiera pensarse, bajo esta premisa es más fácil ser feliz, teniendo en cuenta que no hay de qué preocuparse porque lo que tenga que pasar va a pasar.

También tiene su visión negativa: no somos libres. Si todo lo que nos espera a la vuelta de la esquina ya estaba allí desde antes de que supiéramos que íbamos a doblar la esquina seríamos una especie de máquinas serviles de alguien o algo que mueve los hilos. Y no, no podemos comprar esta teoría.

Para quien valora mucho la impresión, la sorpresa o el asombro (también el chasco, el desengaño o el desencanto), no hay nada a resaltar en el hecho de poder saber lo que viene después. Nos ahorraríamos muchísimos disgustos, eso sí, pero también se nos quedarían en la recámara los momentos de expresiones boquiabiertas ante la sorpresa de un regalo o nos dejaríamos en el camino el aprendizaje conseguido a raíz de una decepción que llega de manera inesperada.

Todavía hay tiempo para sorprenderse y para descubrir, para ser libre de la única manera que se nos permite: desnudando poco a poco todo lo que se nos presente a la vuelta de la esquina.

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