Precariedad

Los expertos educativos más respetados nos decían que la Universidad no debía estar hecha para el mercado sino para la vida

Veo un vídeo en el que varios jóvenes se quejan de vivir condenados a la precariedad, a los pésimos salarios y a una vida siempre en la cuerda floja. "He hecho todo lo que me han pedido y no tengo nada", dice una periodista de 26 años que además tiene un doctorado y que aun así malvive en casa de sus padres mientras estudia un módulo de FP. Comprendo la rabia y la amargura de estos jóvenes. La sensación de que te han estafado tiene que ser intolerable. Todos estos jóvenes dieron por supuesto que si estudiaban una carrera iban a encontrar un trabajo y a vivir mejor que sus padres, pero al final ha resultado que nada de eso era verdad. El pacto tácito sobre el que se fundaba nuestra sociedad se ha roto. Desde los años 60, todos hemos dado por hecho que los hijos iban a vivir mejor que los padres. Bastaba con estudiar una carrera para que la vida, por principio, siempre nos fuera a ir mejor. No había vuelta atrás.

Pues no, ahora resulta que nada de eso era cierto. Y como es natural, esos jóvenes que viven instalados en la precariedad se sienten engañados. Pero cabría preguntarse quién fue abriendo facultades por todas partes y quién se empeñó en expedir títulos universitarios que apenas tenían futuro en el mercado laboral. ¿Cuántos estudiantes de periodismo había en España en los años 90? ¿Cuántos abogados?

¿Cuántos licenciados en Marketing? Una vez leí que había más abogados en Madrid que en toda Francia. Y lo mismo podría decirse de periodistas o publicitarios. ¿Había un mercado laboral para tantos licenciados? Era evidente que no. Pero se seguía animando a los estudiantes a cursar carreras con muy pocas salidas laborales.

Y peor aún, durante años y años los expertos educativos más respetados nos decían -muy serios, muy campanudos- que la Universidad no debía estar hecha para el mercado sino para la vida, y que de ninguna manera se podía estudiar con criterios mercantilistas. El mercado era una especie de insulto, una afrenta, una humillación. La vida, la vida lo era todo: había que estudiar para ser mejores personas y para dominar el pensamiento crítico. Ése era el objetivo. Pues bien, ahora mismo tenemos miles de buenas personas con dos carreras y un Máster que dominan a la perfección el pensamiento crítico -sea eso lo que sea-, pero que tienen que vivir con sus padres mientras estudian un módulo de FP. Fabuloso.

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