Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Populismos liberales

En un democracia liberal todas las ideas, hasta las más repugnantes, tienen derecho a ser defendidas

Ala República Democrática Alemana se la conocía como el país de las tres mentiras. Ni era una república, pues de ser algo era una colonia soviética, ni por supuesto era una democracia, ni casi era alemana al abominar de su pasado, inmediato y lejano. Sin embargo, igual que las dictaduras tras el Telón de Acero organizaban sus parlamentos con un solo partido o a lo más algún comparsa, las dictaduras del extremo contrario también simulaban ser democracias. La franquista se decía orgánica aunque no admitiera oposición alguna y el salazarismo organizaba elecciones presidenciales con ganador señalado de antemano. En el fondo, les gusta aparentar que tienen el apoyo unánime de los ciudadanos cuyo cuello pisan. Saben que no es así, pero les da igual. Es más prestigioso fingirse demócratas, aunque se incluyan tantos apellidos que la democracia resulte totalmente irreconocible.

La debilidad de la democracia liberal es también su fortaleza. Todas las ideas, hasta las más repugnantes, tienen derecho a ser defendidas y ofrecidas al electorado. Una sociedad madura debe ser capaz de identificarlas y expulsarlas por mor de la convivencia ciudadana, a la vez que asume la alternancia como enriquecedora. Ya dijo Churchill que la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás y es que comerse las propias palabras -sir Winston dixit- suele ser una dieta equilibrada. Algo que quienes creen ser dueños de la verdad absoluta no son capaces de asumir. Las ideas no se imponen, se debaten. Algo que un demócrata valora y exige.

Lamentablemente, las democracias occidentales están sufriendo -de un modo similar a como ocurrió en los años treinta del pasado siglo- un resurgir de los populismos. Y en particular, de los defensores de eso que se ha dado en llamar democracia iliberal. Algo parecido a la democracia orgánica franquista o la democracia popular de los satélites soviéticos. La democracia iliberal entiende los procesos democráticos como mero atrezo para consolidar gobiernos autoritarios. Los que no admiten la discrepancia, ni asumen la alternancia. Regímenes en los que las libertades sólo pueden ejercerse para apoyar al gobierno y nunca para oponerse, con el viejo argumento dictatorial de que quien no ha hecho nada, no tiene nada que temer. El fin de esas propuestas ya lo conocemos. Lo vivió Europa hace un siglo. No tropecemos otra vez en la misma piedra.

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