Postrimerías
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Rusófilos
Brindis al sol
La situación podría resumirse así: algunas regiones españolas con buenas materias primas, importante capital acumulado y personal emprendedor establecieron industrias necesarias para el país. Tan pronto comenzaron a ser ricos, obtuvieron también poder y los gobiernos de la nación les concedieron privilegios, monopolios y beneficios fiscales. La buena marcha de los negocios y de las fábricas reclamó bastante mano de obra, si era posible barata. Y la encontró en aquellas regiones que, carentes de los anteriores atractivos, apenas sobrevivían con el anticuado cultivo de la tierra. Pero gracias a esta oportuna emigración miles de extremeños, andaluces o murcianos, lograron huir de la miseria y encontrar un trabajo más o menos digno. Como era previsible, aquellas regiones que iniciaron con fuerza su industrialización consolidaron beneficios. Sus ricos se hicieron cada vez más ricos. En previsible orden inverso, las regiones que facilitaron mano de obra se quedaron rezagadas y, por tanto, sus pobres más pobres. Todo esto es bien sabido, constituye una trayectoria histórica de manual: en todas partes de Europa el desarrollo del capitalismo ha funcionado así, creando desigualdades económicas en sus geografías.
Pero hubo quienes no aceptaron este fatal destino. Y surgieron las izquierdas políticas para limitar estas desigualdades económicas entre ciudadanos y equilibrar los desajustes entre los territorios. Los programas, más o menos radicales, de esos partidos de izquierdas insistían en buscar compensaciones entre ricos y pobres y convertir la solidaridad en emblema nacional. Esa voluntad política ha estado siempre latente, desde hace décadas, con dificultades para aplicarla, aunque se reconocía su necesidad. Incluso la UE se inventó, en parte, para paliar y compensar las desigualdades entre unos y otros países. En estos últimos años este mismo conflicto en España se ha reavivado, aunque con distintas máscaras. No para solventar desigualdades existentes, sino para aumentarlas. Los ricos de las regiones más ricas miran su ombligo y quieren separarse para disfrutar solos de su riqueza. Un fenómeno narcisista comprensible, porque ese egoísmo ha sido incubado durante décadas, en Cataluña y el País Vasco, por partidos nacionalistas, xenófobos y excluyentes. Pero ahora, por fin, va a gobernar en España una coalición que se autodenomina, con énfasis, una y otra vez, de izquierda. Cabía esperar, por tanto, como obligación impostergable articular la solidaridad interregional. Mas parece que no. Esta supuesta izquierda, se dispone a darle de nuevo más prebendas a las regiones ricas y a dejar con su único, pobre y lento tren a los extremeños.
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