Piscineros

No conocen lo que se siente al navegar con el viento de cara, pero su cuerpo tampoco se llena de arena

En verano hay de todo. Los hay que utilizan el merecido tiempo de descanso para recorrer el Cañón del Colorado, bajan al río que circula por la mayor cicatriz que tiene el rostro de la tierra y sufren como nunca hubieran imaginado para salir de allí. Cuando lo hacen malheridos y físicamente reventados, se van a un buen Hotel de Las Vegas y descubren que los espectáculos del Cirque du Soleil son más cómodos y permiten alardear del mismo modo ante sus compañeros de oficina a su regreso a casa. Otros leen libros inolvidables que recomiendan a todo el que quiera escucharlos; algunos descubren una capital insospechada a la que ni siquiera le ponían nombre porque ¿quién ha oído hablar de Liubliana?, y ¡hay que ver lo fascinante que es!. Muchos se pierden por los prados del pueblo del que provienen, otros en el chiringuito playero que prepara los mejores tintos de verano. Hay de todo, pero a mí quienes de verdad me gustan son los piscineros, esos amantes del agua que no pueden dotarse de buenas olas y se pasan el verano en charla interminable con sus amigos agarrados al borde de una piscina que nunca cruzan a lo largo, y por la que transitan como mucho y andando lentamente a lo ancho para dar la sensación de que se mueven.

Cuando se reencuentran año tras año, sus primeros comentarios consisten en definir la temperatura del agua y el nivel del cloro como correctos. Luego repasan las novedades familiares; las laborales y la actualidad de sus equipos deportivos. Por último, critican al Gobierno de turno y muestran sus fundadas esperanzas en algún nuevo líder de la oposición. Su mayor queja año tras año consiste en el excesivo ruido de los más pequeños, sus gritos constantes, sus saltos al agua y la pésima costumbre de llevar a la piscina colchonetas que ocupan excesivo espacio sin darse cuenta de que están en un pozo y no en pleno mar abierto. Los piscineros son gente amable, conformista, no conocen lo que se siente al navegar con el viento de cara, pero su cuerpo tampoco se llena de arena, ni tienen que trasladarse con una sombrilla de aquí para allá en busca de un poco de sombra. Cuando llegue septiembre no contarán hazañas heroicas; ni disertarán sobre descubrimientos imprescindibles; tampoco lucirán un bronceado espectacular y ni siquiera estarán demasiado deprimidos por la vuelta a la rutina porque ellos cuando ven agua, no es salada, ni azul, no tiene horizonte y se asemeja bastante a la de los grifos. Esa que es incolora, inodora e insípida, pero que todos tenemos en casa y sin la cual no podríamos vivir.

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