Disney (qué pena que el nombre del genio perdure encabezando la empresa que él creó y ahora maltrata su obra) quiere "proteger" a los niños de los contenidos "racistas" de Peter Pan, Dumbo y Los aristogatos. Las dos primeras son obras maestras de la historia del cine. Pero sus indiscutibles valores objetivos no representan nada para la corrección política. Y tampoco su capacidad para hacer una primera aproximación a obras maestras de la literatura que han forjado el imaginario colectivo, caso de Peter Pan, iniciando en el amor a las historias y a los fantásticos viajes que atesoran libros y películas, introduciendo en esa indefinida, temblorosa, evanescente -pero tan poderosa- tierra de nadie que separa la realidad de sus representaciones, la tierra en la que viven para siempre tantos seres que nunca existieron pero que son tan reales compañeros de vida, la tierra de Ulises, Eneas, don Quijote, Pickwick, Edmundo Dantes, Jean Valjean, el capitán Nemo, Long John Silver, Tom Sawyer, Sherlock Holmes, Lord Jim, Swan y, por supuesto, de Campanilla, Peter Pan, el Capitán Garfio y Wendy.

Hay que "proteger" a los niños también de la obra maestra del genial Bill Tytla, el animador principal de Dumbo, y de las lágrimas y terrores que tan genial película provoca. Los imbéciles de todo el mundo han aplaudido la decisión de la productora. Y, animados por el gesto, porque a las turbas es fácil lanzarlas contra un objetivo en nombre de una cosa o de su contrario, como si fueran los aldeanos de Frankenstein asaltando el castillo del doctor, ahora piden que se revisen otros títulos de Disney y -leo- la totalidad de los westerns para depurarlos de su carga racista. A unos les daba por destruir el arte abstracto y la música de vanguardia en nombre del realismo socialista, a otros por quemar en los patios de las universidades los libros de autores judíos y a estos por censurar lo considerado políticamente incorrecto por sexista o racista. Que sean obras de arte es lo de menos.

Peter Pan fue una de las lecturas y películas que alumbraron mi infancia. Lamento que ahora los niños estén "protegidos" de ella. No mi nieta, desde luego, con la que, en cuanto crezca un poquito, veré Peter Pan; soñando con llevarla alguna vez, como hice con mis hijos, a Kensington Gardens. Por lo que pueda pasar, cuando nació le regalé el libro de Sir James Matthew Barrie.