Debe ser difícil dejar de hacer algo, cuando ese algo es lo que has estado haciendo toda la vida. Intuyo muy difícil ese día a partir del cual, la dinámica y el entorno serán otros. Serán otros los ritmos y los horarios. Las responsabilidades, pasarán a ser igualmente otras. Decidir -si es que realmente se decide- el final. Indudablemente, tener plan B, opción y posibilidad de nueva ocupación y tarea, es una ventaja. Desde luego, un privilegio de sólo unos pocos y que debe hacer, seguro, algo más llevadero el planteamiento.

Cuando el pasado jueves, Rosa Aguilar, esa que lo fue casi todo en la vida pública, anunció su despedida de la primera línea de la política tras 35 años de trayectoria, no pude evitar pensar en ello, en ella y en diferentes generaciones de dirigentes políticos. Pensaba en aquellos de los que tanto nos hablaron, en algunos reconocidos por todos, más allá de partidos, colores, ideas y convicciones. Pensaba en el presente, en las formas, los códigos, los discursos, la oratoria y la gestión. Pensé en el liderazgo y también en la ceguera que, a veces, provoca cierto nivel de ambición.

Treinta y cinco años son muchos y en una trayectoria tan larga cabe todo. Un recorrido así tiene luces e indudablemente tiene sombras. En el caso de Rosa, hay reproches que la izquierda jamás dejará de hacerle, cuestiones imperdonables para tantos, pero también hay algunas evidencias indiscutibles. Rosa Aguilar ejerció durante muchos años un liderazgo ciudadano tremendamente potente, incuestionado y reservado a unos pocos. Un liderazgo que surgía de manera natural, más allá de las mayorías en las urnas -reales o no-, en la calle, no tenía rival. Muy lejos de los presuntos liderazgos actuales forjados a golpe de foto en Instagram, perfiles en redes, reels o stories -que tan ridículos resultan en muchas ocasiones- cuando no a base de autobombo generado a partir de la publicidad institucional pagada con el dinero de todos.

No me siento cómoda en lo de algún tiempo pasado fue mejor, llegaron alcaldes de otros colores y alguno me gustó, pero no hay duda de que el municipalismo, o al menos el municipalismo cordobés, no ha mejorado y ahora mismo se percibe una ausencia absoluta de un referente en quien creer. Siendo optimista y esperanzada con el futuro, me gusta pensar que tal vez, el proceso de elaboración de las listas para las elecciones autonómicas traiga por aquí nuevos tiempos, otras caras y, quizá, alguna líderesa ilusionante en quien confiar. Perfiles necesarios para una nueva época.

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