Escribo esta columna con pena. La de un liberal de siempre, la de un liberal neto. La pena, por tanto, de quien es socialista a fuer de liberal y ahora, aún siéndolo, solo puede afirmarse liberal por fuerza. Pedro Sánchez no se ha confundido. Es así. El estilo del presidente es imperial y, aunque el rey sepa que anda desnudo, exhibicionista. No alcanzo a saber qué valores cree atesorar el presidente, qué le dirán sus asesores áulicos, qué fundamento ideológico le dirige, para entender la ausencia de dos elementos cruciales de cualquier acción política de un gobierno progresista en éste: que tiene criterio y que ese criterio es de izquierdas. En cambio, sí tiene otros contra los que es saludable enfrentarse: el fingimiento y el parapeto para continuar a toda costa. El gobierno finge, que efectivamente es aquí un eufemismo delicado para significar que miente. Y el gobierno se explica en su continuidad, lo cual hasta cierto punto es normal, pero que en éste es vicio exagerado: jirones de renuncias políticas en cada esquina pública del país, disfraces de nueva izquierda cool y un fraseo insoportable (no dejar a nadie atrás, cogobernanza, España puede).

La antipolítica es la afirmación de ser lo menos malo. Es lamentable condenar a un partido más que centenario a explicarse exclusivamente por contradicción para conservar el gobierno. Excluyente, porque no tiende puentes, y conservador, porque solo aspira a continuar. La política no se funda en criterio o en ideología solo nominalmente, porque lo sostenga o diga tenerla quien está enfrente de los que se le oponen. Es decir, las cosas no son de izquierdas y están pensadas porque salgan de la cabeza de Redondo y de la boca de Sánchez. Lo serían, de hacerse, a pesar suyo. Por encima de ellos. Lástima de inacción. No falta capacidad, que también. Falta valor.

Las lindezas que lubrican la Moncloa, la errática gestión de la crisis (no dejarán atrás a nadie, pero no se sabe cuándo), el pulso para controlar el poder judicial (retirado como oferta, cuando tuvo que abortarlo por abuso), la reducción del castellano (força al canut, amic, que tens la clau), la comisión de la verdad (el fake de protegernos, cuando es controlarnos y tratarnos como tontos), más impuestos y el IVA de las mascarillas (menos dinero, más mentira), el presupuesto, sea cual sea (con Bildu, punto, vomiten) y la retahíla constante del lenguaje hueco (queridos compatriotas) son solo los síntomas de una patología vertical: el cesarismo. Y nada.

El único político del gabinete, en cambio, es Pablo. Sus votantes sabían para qué. Y lo está cumpliendo. A pesar de la discrepancia, nada tengo que reprocharle porque no hay mentira. Como proponía lo que hace, no le apoyé. Ante el oportunismo conservador de Sánchez triunfa cualquier agenda. Porque Pedro, primero, no tiene agenda, solo carrete. Y Pablo, después, hace.

Señor presidente, la dignidad existe.

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