¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Patrimonio

No es exageración andaluza decir que nuestra autonomía tiene la presencia y el empaque de un mediano Estado

No hace mucho que Ramón de España bajó a Sevilla para uno de esos bolos de week-end con todos los gastos pagados, aunque en hotel de periferia. Una vez cumplidas sus obligaciones con el mecenas de la escapada, el antiguo adalid de la revista Cairo se dedicó a pasear, comer y parlotear sobre el tema de moda: el procés. También a admirar algunos de sus principales monumentos, tanto los de carne y hueso como los BIC, tal es el caso del Palacio de San Telmo. Ante la sede de la presidencia de la Junta, España (el escritor, no el país) no pudo reprimir una exclamación que sonó a un cóctel de admiración y reproche: ¡Pero si es más grande que la Generalitat! Es evidente que en su mente se activó la vieja pregunta que todo catalán de bien, por muy constitucionalista que sea, lleva en sus genes: "Oiga, ¿y todo esto quién lo paga?".

No es exageración andaluza decir que nuestra autonomía tiene la presencia y el empaque de un mediano Estado. San Telmo, al fin y al cabo, responde a las pretensiones del duque de Montpensier, quien se quiso rey de España y llegó a montar en Sevilla una pequeña corte cuyos perversos efectos -especialmente el del peloteo, la sumisión social y esa extraña mezcla de modernidad técnica con tradicionalismo folclórico- todavía perdura en el ambiente. Pero el general Prim, catalán de Reus, como sabemos, cortó las aspiraciones del marido de la infanta Luisa Fernanda (vulgo María Luisa), lo que le costó la vida en el madrileño Callejón del Turco, hoy Marqués de Cubas. De esa megalomanía del hijo de Luis Felipe de Orleans ha quedado algo en nuestra autonomía, que algunos concibieron, al menos en sus apariencias, como un mini Estado en el Valle del Guadalquivir y cordilleras limítrofes, con sus instituciones ubicadas en grandes palacios y edificios históricos. Desde el IX Duque de Medina Sidonia hasta el mismo Queipo de Llano (tan de moda en estos días), en algunos ejemplares de la élite andaluza siempre ha existido una leve, aunque reconocible, pulsión secesionista.

A Ramón de España le extrañó la prestancia de la sede de la Presidencia de la Junta (y eso que no vio el Ayuntamiento de Tomares). Quizás porque un catalán acostumbrado a las casas modernistas y los palacetes góticos no puede comprender el fondo agrícola y fabuloso de nuestro gran barroco civil. Pero sólo por la labor que ha hecho la Junta con un patrimonio que estaba al borde de la ruina han merecido la pena estos cuarenta años de autonomía. Además, si se consuma la España plurinacional de Sánchez (todo es que le convenga), ya tenemos nuestro pequeño Estado federal montado.

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