El lanzador de cuchillos

Patria

En la patria de Aramburu ha habido, sí, asesinos de pensamiento, palabra, obra y omisión

Conozco a Maite Pagaza desde que, hace doce o trece años, la invité a unas jornadas en Granada sobre terrorismo. Al poco le devolví la visita. Ni ella ni su marido consintieron que me quedara en un hotel, así que pasé unos días muy agradables en su casa, entre cuadros de Tíntín, libros de lingüística y películas del Oeste. Una noche, mientras tomábamos una copa después de cenar, escoltados por un bosque de color que Agustín Ibarrola había plantado en el salón, comentamos las últimas detenciones y Maite dijo, con esa naturalidad suya tan desarmante, que Txeroki, el jefe de ETA, había encargado a una de las detenidas, una tal Zurutuza, que "la quitara del medio". Durante meses pudo observar cómo distintos individuos paseaban al mismo perro por los alrededores de su domicilio donostiarra.

Otro día, dando una vuelta -con dos policías a una distancia prudencial-, Maite (la familia la llama Tere) me contó una anécdota que le había ocurrido en el colegio a su hija mayor. Resulta que en su misma clase había un niño con el que se pelearon otros chicos y ella salió en defensa del compañero en apuros, cuyos padres estaban en la cárcel por conducir bajo los efectos del alcohol, según la versión oficial. Traducción: la hija de una amenazada (y sobrina de un asesinado por ETA) se había partido la cara por el hijo de unos etarras. Cosas de la buena crianza y del surrealismo sociológico que ha echado raíces en Euskadi.

Al día siguiente fuimos a comer a una sociedad gastronómica y después a ver a la Real. De camino a Anoeta el marido de Maite me contó cómo mataron a su cuñado Joxeba, jefe de la Policía Municipal de Andoain, en el bar donde solía desayunar. Joxeba se ponía siempre mirando a la puerta, vigilando la entrada, pero ese día el asesino se le había adelantado, y ya estaba dentro, escondido en el baño. El etarra, con una frialdad atroz, se bebió tranquilamente un café, lo pagó y entonces sacó la pistola y le descerrajó cuatro tiros en la cabeza. Fue el marido de Maite quien le dio la noticia a sus sobrinos. Por supuesto, como habría ocurrido en Palermo, nadie vio nada. La sociedad vasca, como la del mezzogiorno italiano, sufre desde hace décadas una terrible enfermedad moral, que va del miedo a la indiferencia por el sufrimiento ajeno. Es una población angustiada y encogida, cuando no directamente cómplice. En la patria de Aramburu ha habido, sí, asesinos de pensamiento, palabra, obra y omisión. Y algunas familias ejemplares, como los Pagaza, que se han dejado la vida en la lucha por la libertad y la democracia. Honor eterno.

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