Me reconozco solo espectador ocasional, y no muy forofo, de la Semana Santa. Pero como todos los espectadores, mientras aguanto de pie parado hasta que llegan los pasos en alguna esquina, (que es lo que más me pesa, la espera) escucho. Y lo que escucho no siempre me gusta.

He tenido la oportunidad, como casi todos, dos años después, de salir a la calle para pulsar el ambiente y disfrutar de las procesiones. Paseábamos desde casa hacia el encuentro de los pasos por donde se perfila ya el río. Atravesamos Santa Marina, alcanzamos San Andrés, subimos San Pablo y encaramos San Fernando. Al cruce ya con Lineros y Cardenal González, descubrimos el primero. Bien de gente, bien de actitud, y pasos al paso. La primera impresión que me vino a la cabeza es que la bondad de la carrera oficial prescindiendo del centro es una decisión que gustará mucho a las cofradías y a su gobierno, pero para la gente que ve la Semana Santa en su ciudad y los turistas que la persiguen se desluce un poco. Doctores tiene la iglesia y, en el mundo cofrade, tienen cum laude los que decidieron que esa es la buena, ¡qué sabremos los espectadores!

Cuando giramos por Cardenal González para buscar la Mezquita llegamos hasta la Puerta del Perdón y encontramos un hueco para pararnos y ver allí otro que salía por ella. Esa calle, la de la Puerta del Perdón, estaba llena de gente, aunque se podía respirar y daba una imagen real de gente en la calle disfrutando su fe, su gusto o pasando el rato, que las tres valen. Sin palcos ni sillas en esa zona, sin parapetos.

Bordeamos la Mezquita por una fila estrecha de la acera contraria hasta Torrijos. Allí, a la altura del hotel, se abría un paso por esa acera. Ninguna silla allí, pero un parapeto rojo horroroso no solo impedía pasar, sino que limitaba la visión. Los turistas, uno tras otro, subían o bajaban por Torrijos, supongo que dirigidos por el bulto, y se dividían entre los sorprendidos por el impedimento visual y los enfadados, llevándose una mala impresión. A quien podía le recomendaba rodear la Mezquita para que pudieran ver sin molestar, según parece, a quienes les molesta que se vea. El parapeto rojo metal de esta carrerita oficial para expertos es un invento tan cutre como parece. Ese tramo corto contamina la belleza de la Semana Santa de Córdoba.

Que la comodidad se pague es algo que entiendo. Lo que no entiendo bien, porque tiene poca lógica, es que se oculte la calle a la vista de quien no quiera o pueda pagarse la silla. El mensaje es que hay una Semana Santa de pago, y solo de pago, que casa mal con el aparente objetivo de mostrarse con orgullo y penitencia. El orgullo se lo quedan, pero la penitencia la traspasan.

Por cierto, un gallego muy simpático fotografió la valla de metal. Ese iba a ser su recuerdo de la Semana Santa de Córdoba. No dirá el gallego que fue un espectáculo.

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