Vista aérea

Salvador Gutiérrez Solís

Pasión Roja

EL domingo pasado, el fútbol español vivió la noche más feliz de su historia más reciente, ganando la Eurocopa de Naciones en Viena. Sí, pudimos. Un habilidoso gol de Torres, en la primera parte, nos bastaba para conquistar el campeonato, por delante de la todopoderosa Alemania. Antes, eliminamos a Rusia desplegando el mejor juego que se ha podido ver en el torneo y mandamos para casa a los italianos tras una taquicárdica tanda de penaltis -adiós a los tópicos y a las maldiciones-. No digo nada nuevo: el nuestro es un equipo con una capacidad técnica inmejorable, gente muy joven que son auténticos puntales en sus diferentes clubes; gente con desparpajo, ganas e ilusión, que nos han regalado, en determinados momentos, jugadas y goles de auténtico ensueño. Cuando el árbitro indicó el final del partido contra Alemania, creo que uno de los gritos más repetidos en toda España fue ¡por fin! Buena parte de nuestros complejos, fantasmas y traumas -de antaño- desaparecieron como por arte de magia, en un plis, sólo nos quedaba ese crucial pasito, había que ir un poco más allá y por fin, sí, ¡por fin!, levantar de una vez por todas la copa de vencedores. Deportivamente, todo está dicho, y todos lo hemos podido ver. Pero tras la victoria de nuestra selección se esconden otros muchos factores y consecuencias que deberíamos tener en cuenta, y que son dignas de analizar.

Las audiencias televisivas han registrados hitos históricos que tardarán en ser superados, tal vez sea necesario que ganemos la final de un Mundial a la mismísima Brasil -en el mismísimo Maracaná- para poder hacerlo. La afición, el público en general, ha vuelto a estar ilusionada, identificada, con su Selección Nacional; dulce reencuentro tras un divorcio que ha durado más de lo deseado. Más de un millón de aficionados recibieron a los jugadores, colapsando Madrid. De nuevo, la bandera española, la bandera constitucional que pertenece y representa a todos los españoles, ha inundado las calles, ha recorrido las carreteras, se ha exhibido sin pudor, se ha abrazado y besado como nunca antes, sin ojeriza ni complejos, y la hemos sentido muy muy nuestra. Insistiendo en el tema de la bandera, tengo la impresión de que el triunfo de la Selección en la Eurocopa ha sido la mayor y más convincente campaña de promoción y exaltación de nuestra bandera. Los chavales más jóvenes han encontrado unos nuevos referentes, estrellas con el aspecto del vecino del quinto, chicos de su tiempo que cuentan con la habilidad de jugar muy bien al fútbol. Pero, sobre todo, entiendo que el triunfo de la selección es el triunfo de una nueva sociedad, de una nueva España, que comienza a ser una realidad tras décadas de dudas y sombras. Ya era hora que nuestro fútbol se uniera a la estela de los Gasol, Nadal, Contador, Alonso, Pedrosa y compañía, verdaderos protagonistas de algunas de las disciplinas deportivas con mayor implantación en todo el mundo. Gente muy joven que ha nacido en libertad, cuyos recuerdos y educación están abrazados a la Democracia, y que han podido desarrollar su proyecto personal y profesional con las únicas barreras de su talento, de su vocación o de su ilusión.

Durante demasiados años en nuestro país los triunfos se conseguían con sangre, sudor y lágrimas, y a pesar de todos y todo. Éramos conocidos en todo el mundo por nuestro pundonor, por nuestra bravura, por nuestro coraje -ignoremos ciertos calificativos tan certeros como malsonantes-, siempre socios numerarios de la cofradía del clavo ardiendo. La Roja de hoy, ya no es sólo la furia, la rabia y el hambre, no, es la excelencia, la precisión, el gusto por el toque. La Roja de hoy es la pasión por el fútbol en estado puro, la coincidencia en el tiempo y en el espacio de la generación futbolística con mayor talento que ha conocido este país. Gente joven sin complejos, que han abierto de par en par las puertas de las alacenas y de los armarios más cerrados -muchos de ellos ya se los encontraron abiertos-, que nunca han sentido como propio el aroma de la naftalina. A partir de ahora los desafíos y retos de nuestra Selección de fútbol son altos, muy complicados, pero, a diferencia de lo que ha ocurrido en los últimos años, y como entonan los seguidores del Liverpool, no caminarán solos.

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