Cambio de sentido

'Parole, parole, parole'

Qué mayor posverdad que la palabra 'posverdad'. Con razón la RAE ha añadido una acepción a 'ontología'

Llamadme friki: ni el Candy crush, ni el Messenger, ni la información del tiempo. Lo que yo tengo descargado en el móvil es el diccionario de la Real Academia Española. Por lo que pueda pasar. Nunca se sabe a la vuelta de qué esquina una va a necesitar agarrarse a un adverbio, regalar un verbo, disparar a quemarropa una canana de adjetivos. Llamadme friki, que por cierto está en el diccionario.

Algunas palabras que acaban de incluir o enmendarle y añadirle acepciones: buenismo -bonhomía tiene otro cariz-; cupular, con "u"; aporofobia, que significa miedo a los pobres. (¿Qué nombre tendrá la repugnancia que sentimos ante los tipos que vacilan de su dinero?). Cuidado con la palabra postureo: si la pronuncias tres veces ante un espejo, se te sube encima un pavo, de los de moco rojo y aletazos. Han incluido también pinqui -¡qué antigüedad!-, ¡y vallenato! Cuando, en la noche costeña de Colombia, supe que vallenato no venía en el diccionario, deseé quedarme bailando con aquellos muchachos hasta que lo incluyeran, y más allá. Lo de sexo débil y sexo fuerte se lo han hecho mirar, más que nada para que no nos entre la risa. Y han actualizado también -ya era hora- lo de jueza como "mujer del juez" y embajadora como "mujer del embajador", que para coronar el dislate nos faltaba únicamente que poeta fuera la mujer del poeto. No hay mayor ejemplo de posverdad que la palabra posverdad. Con palabras como ésta, no es de extrañar que le hayan tenido que añadir una acepción a ontología.

No pocas de las palabras "de tendencia" -lo llaman así- son técnicas o académicas: proactividad, por ejemplo, salario emocional (¡qué eufemismo!) o la finalmente no incluida heteropatriarcado. Otras muchas se inoculan en medios y redes, precocinadas y con el nervio matado. Postureo, fake, influencer. Parole, parole, parole… en caso alguno parecieran brotar de los hablantes, sino de instancias superiores interesadas en que se nos duerma la lengua y, tras ella, el entendimiento. Ya me han leído clamar más veces contra ello.

Y continúo: las palabras con raíz tienen alas. Nacieron y nacen del balbuceo y del asombro, de la vida, de la necesidad de nombrar. Somatizamos las palabras que nos echamos a la boca. "Nuestras metáforas crean cambios orgánicos en nosotros", llega a sostener Siri Hustvedt. Que en 2018 sigamos buscando palabras -de honor- para, como diría José María Gómez Valero, "decir ventana para que entre cielo".

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