El sistema que tenemos es el que es: no gana, al final, el que gana; sino el que suma más, juntando los votos suyos con los de otros. En los ayuntamientos, esta circunstancia se estrecha un poquito porque no se valida al que tenga un concejal más que su rival, sino que se precisa que las cuentas arrojen un saldo nítido: sin ganar en las urnas, tienen que llegar a la mayoría absoluta del número legal de miembros del Pleno en cuestión; si no, el que ganó en votos, gobierna. A mí eso no me ha gustado nunca. Creo en los pactos que ensanchan las victorias electorales, pero me molestan los que alteran los resultados. O sea, prefiero que gobierne el que gana, porque entiendo que las componendas de los partidos, legales y puede que legítimas (esto ya hay que mirarlo más detenidamente), enfadan al respetable y ponen en riesgo la conexión democrática entre la voluntad del elector y el bastón de mando. Como he sostenido antes muchas veces, soy más bien de elección directa, mayoritaria, en listas abiertas y desbloqueadas. Con esto solo trago.

Sentado lo anterior, lo importante es la democracia, y no desde el punto de vista de las preferencias metodológicas sobre las maneras de elegir, sino desde la adecuación de lo elegido con lo votado. Esto viene a concretarse en que, además de la gestión de los ayuntamientos democráticos que iniciaron anteayer su nuevo mandato, los electores deberemos valorar en cuatro años cómo funciona el invento y decidir otra vez. Así, la propia decisión de gobernar y la consecuencia de alcanzar el gobierno por una vía, gano y agrando, o por otra, pierdo y mando, es una de las primeras razones, o sinrazones, políticas que podrá calibrarse entonces. Lo digo porque habrá pactos de los que me gustan que se estrellarán en una gestión pobre o en un cúmulo de recelos e insidias entre compañeros de viaje y habrá, también, pactos de los que no me gustan que vayan como un reloj y saquen a los gobiernos que les toquen de inercias lentas y continuidades torpes.

Además están las barreras ideológicas. A la división clásica derecha-izquierda, hemos añadido con carácter general o por territorios otras más: populismo-resto del mundo, constitucionalismo-separatismo, extrema derecha-resto del mundo, otra vez. Tengo la impresión de que casi siempre hay que añadir una coletilla: con matices. Se convierten esas divisiones en una herramienta más para justificar que hacen todo lo que pueden por tocar pelo, ganar es gobernar y los demás que arreen, y luego explicar que lo pactado es por bien de todos cuando el bien más primario que reluce de esos pactos con matices es sentarse en el sillón. Los cordones sanitarios son, lamentablemente, una ilusión que destrozan los números que dan gobiernos.

Mucho o poco, es lo que hay. Con esto hay que tirar. No es tiempo de lamentos, sino de acción. Sea como sea, sorpréndanos. Para variar.

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