El lanzador de cuchillos

Pablo cierra el círculo

La política se ha cansado de Pablo y Pablo se plantea aceptar la oferta del multimillonario Roures

Ha sido, durante algo más de un lustro, el icono de la nueva vieja izquierda, pero de los cinco millones de españoles que llegaron a votarle apenas le son ya fieles unos cuantos nostálgicos de las movidas universitarias. Irrumpió en la escena pública adjudicándose el papel de portavoz de la gente, la verdad y la justicia frente a la mentira y el egoísmo de "los de arriba", pero su discurso naufragó en las aguas cloradas de la piscina de una casa de campo. Ha liderado una cuadrilla de activistas asamblearios que aseguraba haber llegado a la política para enterrar al bipartidismo corrupto, pero a estas alturas hasta el más fanático de sus seguidores sabe que se trata de los mismos perros con distinto collar, que quienes pretendían asaltar los cielos están unidos como siameses a la denostada casta por sus coches oficiales, sus sueldos blindados y sus cenas en reservados a cien euros el cubierto.

Estaba Pablo tan ufano, ejerciendo de faro del proletariado, con su deslumbrante traje invisible, hasta que la realidad, como un niño inocente, desveló la desnudez adiposa de la barriga del jerarca. Por eso, los jóvenes a los que engatusó como sólo se puede engatusar a los jóvenes, esos que calientan banquillo sin esperanzas de salir a jugar, han huido en masa del demagogo del moñete, del farsante que bajó de Sierra Maestra para instalarse, con niñera y todo, en un chalé con jardín zen en las faldas de la Sierra de Guadarrama. El, con su prole, en Galapagar y su último votante, al sur, en Villanueva del Pardillo.

La política se ha cansado de Pablo y Pablo se plantea aceptar la oferta del multimillonario Roures para hacer la revolución en la tele, en horario de máxima audiencia. Por el camino se quedan, por fortuna, muchas de sus antiguas promesas. Lo cierto es que, aunque aún se afana en parecer subversivo, ya sólo quedan rescoldos de aquella hoguera dialéctica que incendió las tertulias políticas de la TDT party. Allí, en territorio comanche, cimentó su fama de polemista irreductible y se hizo un nombre comiéndole regularmente la merienda a marhuendas y serranos, incapaces de contrarrestar con argumentos mínimamente sólidos sus falacias populistas. Al Iglesias diputado lo aupó la televisión porque Pablo es un tipo despierto que sabe de la importancia del medio en la comunicación de ideas. Y ahora quiere volver, a lo grande, para cerrar el círculo. Siete años de furia han tenido que pasar para que entendamos el verdadero significado del logo de Podemos.

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