La tribuna

Enrique Bellido

PP: el rosario de la aurora

LA decisión de María San Gil de no firmar la ponencia política de la que había sido nombrada redactora junto a José Manuel Soria, presidente del PP en Canarias, y Alicia Sánchez Camacho, presidenta del PP de Gerona, representa además de un acto de coherencia política con aquello que ella misma y el partido han venido defendiendo en los últimos años, un duro golpe a la candidatura de Mariano Rajoy para el próximo congreso nacional, ya que la presidenta del PP vasco representa todo un símbolo de fortaleza dentro de una fuerza política que a lo largo de los años ha pretendido mostrar su unidad de criterio en torno al fenómeno terrorista y frente a los nacionalismos.

Posiblemente la intención de Rajoy al incluir a San Gil en el equipo redactor de esta ponencia no era otro que avalar con su presencia un cambio de estrategia política dirigida a federalizar la estructura y el mensaje del propio partido, buscando con ello atraerse un voto nacionalista que se le niega en Cataluña y el País Vasco y ha emergido, aunque con menos fuerza, en Galicia o Canarias.

La prueba es que en la redacción del documento de trabajo no ha debido dársele participación alguna a la representante vasca cuando ella misma alude a diferencias fundamentales con el contenido del mismo, parece que insalvables a tenor de la renuncia de una mujer que se ha caracterizado por su seriedad a la hora de abordar los problemas de partido.

Ello, junto al apoyo explícito de Mariano Rajoy a la candidatura de Daniel Sirera a la presidencia del PP catalán -amigo de un acercamiento a CiU-, supone renunciar a unos postulados políticos que hasta ahora defendía casi en solitario el Partido Popular, con un único discurso a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, fundamentado en el principio de unidad y solidaridad entre los pueblos de España.

¿Qué se pretende con esta metamorfosis ideológica? Supongo que confundirse en el espacio nacionalista para, desde ese nivel, poder apropiarse de un porcentaje sustancial de votos que haga posible que el Partido Popular acceda con mayor facilidad a la victoria electoral en futuras elecciones generales.

Ello, que pudiera parecer fácil, no lo es tanto ni puede que aporte los réditos esperados. No es fácil por cuatro motivos. En primer lugar, porque, para quienes no han mamado la cultura nacionalista, resulta casi imposible investirse de ella trasladando además credibilidad a la ciudadanía. Ya fracasó Piqué en su intento y de seguro lo hará Sirera en el suyo, si finalmente gana el congreso catalán, puesto que, al margen de la clase dirigente, el partido ha de sustentarse sobre una militancia que en el caso catalán y vasco no se siente en absoluto nacionalista, sino todo lo contrario.

En segundo lugar, porque tanto PNV como CiU nunca permitirán que sus propuestas e iniciativas se diluyan en el seno de las del Partido Popular, sino que buscarán precisamente todo lo contrario, como han venido haciendo cuando se ha producido algún tipo de acercamiento coyuntural, profundizando si fuese necesario en el nacionalismo de las mismas a fin de llevar al PP a una situación límite que no pudiese soportar.

En tercer lugar, resulta evidente que, junto al planteamiento nacionalista, los dos partidos de este signo ostentan también la cualidad de situarse ideológicamente en el centro político, cercanos a sectores democristianos o liberales, con lo que sociológicamente hacen mucho más difícil al Partido Popular el disputarles el electorado.

Por último, una deriva de los populares hacia planteamientos nacionalistas generaría no pocos recelos y enfrentamientos con comunidades autónomas carentes de este carácter, que verían cómo por un pretendido avance electoral a nivel nacional habrían de pagar un canon autonómico que dudo estuviesen dispuestas a aceptar y que seguramente podría traducirse en un retroceso del PP, haciendo inútil e incluso perjudicial el empeño.

Pretender copiar la experiencia del PSOE en ambas comunidades representa un error si tenemos en cuenta que los socialistas encontraron totalmente libre el camino hacia el nacionalismo de izquierda moderado y aun hoy se encuentran sin competencia, captando incluso votos de la izquierda nacionalista más radical.

Si bien es cierto que en 1996 el Partido Popular ganó las elecciones generales en cierta medida debido al desgaste de los socialistas, no lo es menos que en el 2000 no le hizo falta ningún guiño al nacionalismo para obtener mayoría absoluta, lo que debiera hacer recapacitar a los actuales dirigentes populares en su estrategia, buscando coincidencias más que desatando controversias que pudieran terminar como el rosario de la aurora.

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