La ciudad y los días
Carlos Colón
Moncloa Pepis y el amado líder
Reloj de sol
APARECEN los huesos, son la espuma recia de un cimiento de voces, de una demolición de los sentidos, de cualquier osamenta de la vida. Comienzan unas obras y en cualquier hendidura descubierta en un acecho torvo aparecen los huesos, se desgranan, saben desnudar su palidez de sábanas de arena corroídas por un tumulto de aire. ¿Qué se puede esconder bajo el Congreso? ¿Dónde acecha el fantasma de los sueños futuros? El sótano es la llave de una vida anterior, de su luz parda, de su angostura suave de los cuerpos celestes amoldados al eco de una tierra. Aparecen los restos, se comentan, dicen que son antiguos, que las obras se paran, que hay un crimen oculto sin cifrar justo a la altura gris del hemiciclo, junto a otro anfiteatro que a su vez dormita bajo el suelo de los pasos perdidos. Viene la policía científica a mirarlos, nos traerán al forense, y al juez para ordenar ese levantamiento de unos cuerpos que apenas son ya cuerpos, que son la vaga silueta de una terminación. Obras de saneamiento, hay tantos imprevistos, Palacio de Congreso de los Diputados, una verdad de bronce, el lomo de un león.
Un antiguo convento, su inquietud de larvas asentando los cimientos de nuestra democracia. Democracia de fuego, de treinta años de éxito, fragilidad también sobre las sombras de todos los pasados de la historia más triste de todas las historias. ¿Acabará ahora bien? Anémonas de calcio, son los restos su fiebre de metáfora, del camposanto de la extenuación, de ángeles de neón y frente alzada sosteniendo el escaño en un febrero azul de nicotina, de helada claridad tras la mañana de las botas saliendo del Congreso, saltando hacia la calle para ser calle también y poder diluirse en el café. ¿Cuándo construyeron el convento, cómo se proyectó que alguna vez los restos de los huesos de un convento podrían asentar la España de charanga y pandereta? Que aparezca un osario debajo del Congreso, este rastro de vidas sin moler, ¿es poesía social o es poesía satírica? Cuenta Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio que Miguel de Cervantes vivió cerca, y es verdad: pero era otro Madrid, no más terrible que el que luego vivieron Benet y Martín-Santos, un otoño en Madrid como platea de la devastación.
La actualidad no deja jugar al poema, y los huesos se llevan a un lugar adecuado, se guardan en las bolsas con tibias etiquetas, etiquetas de tibias, de omóplatos y fémures roídos, de cráneos que no son privilegiados, como otra paletada de la vida con una apendicitis sin curar, con una extirpación de sol adentro purgando los reflejos deslumbrantes, bienvenidos al cáliz de la resurrección: somos otros nosotros, fueron otros los hombres que antes anduvieron la mascarada de hoy. Conviene no olvidarlo y disfrutar cada erizamiento de la piel.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Carlos Colón
Moncloa Pepis y el amado líder
Quousque tandem
Luis Chacón
Una diada progresista
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Los otros andaluces
Monticello
Víctor J. Vázquez
La emoción de una hipótesis