Hace nada vi a un muchacho joven intentando sacarse algunos euros cantando en las calles céntricas de Bruselas. Su repertorio era familiar para casi todo el mundo. Entre ellas, el Bella Ciao. La canción suena mucho ahora a las generaciones más jóvenes porque ha puesto soniquete a una serie popular. Antes, no mucho antes, el Bella Ciao representaba lo que verdaderamente era: una canción anti-fascista, un compromiso del no pasarán y, si pasaran, los botamos. Pues el cuento ha cambiado un poco.

Meloni, una mujer, madre, cristiana, italiana, ha ganado las elecciones en Italia con el partido político de nombre singular, Fratelli d’Italia –Hermanos de Italia–, que evoca exactamente eso de manera estricta: la pertenencia. Y, después de eso, poco más. Pero no ha importado en absoluto el escenario ramplón de cartón-piedra y ensoñaciones más o menos hilarantes y gritonas que ofrece Giorgia Meloni para concitar un apoyo mayoritario en la población que votó. Es cierto que el sistema electoral italiano, tras su última reforma para buscar estabilidad y otras cosas menos confesables, favorece en exceso el triunfo electoral discreto y los resultados que suman las coaliciones predefinidas en torno a un potencial jefe, jefa, capo, de gobierno. No es menos cierto, ni triste, que la abstención ha sido enorme. Pero es un hecho definitivo que Meloni, hace pocos años una mera anécdota peligrosilla sobre el papel, pero irrelevante en resultados, ha ganado ella sola en votos y, junto a Salvini y a Berlusconi, suma una mayoría apabullante.

El triunfo de la extrema derecha, por más que se disfrace, tiene más que ver con las faltas de otros que con sus méritos: ocurre por la ausencia torpe de la moderación convincente del centro izquierda o del centro derecha. En Italia, hoy, ya no hay centro derecha porque el viaje histriónico emprendido hace décadas por Berlusconi lo dinamitó entonces. Forza Italia era solo una plataforma personalista de este tipo que se comió toda la derecha tradicional conservadora, democratacristiana y parte del centro liberal. El centro izquierda lleva igualmente buscando su sitio desde las coaliciones del Olivo de los últimos noventa y los movimientos de refundación permanente, se llame Partido Democrático o como sea y lo lleve Letta, Renzi o quien sea. Y llueve Meloni sobre los charcos de Fidesz en Hungría, PiS en Polonia o los Demócratas, sic, de Suecia. Europa tiene un reto tremendo sin líderes reconocibles para afrontarlo.

Esta caricatura política la propicia el exceso de personalismo y la incomparecencia ideológica. La corrección política de la ocurrencia cortoplacista provoca monstruos; tratarnos como idiotas necesitados de guía constante por gobernantes soberbios, sin motivo, tampoco ayuda. La gente se harta y, en lugar de votar, se queda en casa o vomita en las urnas y a ver adónde nos lleva ahora este Ciao, Bella.

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