Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Obama no pudo

Obama no ha satisfecho ni de lejos las expectativas que levantó su llegada, pero pronto lo echaremos de menos

Dentro de una semana y un día, mientras su sucesor toma posesión en las escalinatas del Congreso, Barack Obama embarcará en un helicóptero y se alejará para siempre de la Casa Blanca. Fíjense entonces en él y graben su imagen. Estará volando hacia la historia el que -me arriesgo a hacer la apuesta- el futuro juzgará como uno de los mejores presidentes de Estados Unidos, si no el mejor, de los últimos cincuenta años. A pesar de los muchos errores cometidos, a pesar de que sus dos mandatos han marcado un declive de su país como única superpotencia mundial, a pesar de que ha permitido envalentonarse a Putin, a pesar de dejar el avispero de Siria como lo ha dejado y la amenaza yihadista como primer problema global. Pero bastaría mirar cómo se encuentra su país Trump y revisar algunos indicadores de bienestar mundial para comprobar que sus valores han influido para bien en millones de ciudadanos.

La principal rémora con la que Obama abandona el Despacho Oval es que no ha cumplido ni de lejos las expectativas que su aparición provocó a escala planetaria. No podía ser de otra forma: el primer presidente negro de los Estados Unidos llegó al poder subido en una ola de expectativas que lo convertían en la solución mágica de los grandes problemas globales, de la crisis económica que dejó Bush hijo a la paz mundial. Obama no podía, a pesar del Yes, we can que aglutinó todas las esperanzas que en él se habían depositado. Creo que se puede afirmar con rotundidad que ha sido el último líder de Occidente que ha levantado una ilusión parecida. De 2008 para acá la mediocridad se ha apoderado de la escena internacional hasta desembocar en una figura como la de Donald Trump que -en eso parece haber acuerdo general- encarna lo peor de nuestra civilización.

Salvando las escalas, que son tanto en el tiempo como en el espacio muy diferentes, con Obama ha pasado algo parecido a lo que ocurrió en España con Felipe González hace ya más de tres décadas. En 1982, con un país que salía de un intento de golpe militar y con el partido que había protagonizado el primer tránsito desde franquismo destrozado, la promesa de cambio del joven dirigente socialista encandiló a más de diez millones de españoles que lo mantuvieron, en medio de grandes escándalos y errores, catorce años en el poder. Hoy, a pesar de que todavía hay poca perspectiva, los mandatos de González aparecen con perfiles más positivos que negativos.

Lo mismo pasará con Obama. Tal y como está el mundo, con las características del llamado a sucederlo y con la deriva que llevan los acontecimientos globales, no duden que pronto lo echaremos de menos.

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