Empieza el curso a todos los niveles -escolar, político... y todo lo que quieran incluir-, nos fuimos de vacaciones convulsos viendo nubes negras en el horizonte y volvemos más convulsos todavía, viéndolas negras del todo. El coronavirus nos tiene agarrados de pies y manos y seguimos en algunos casos sin enterarnos. Llega septiembre y en las escuelas e institutos, por ejemplo, los padres y profesores no saben qué va a traer consigo el más incierto de los cursos de la historia, un curso en el que se echa de menos que la Administración hubiera hecho los deberes a tiempo para afrontarlo con los protocolos necesarios -tiempo ha tenido-. Pero parece que el virus sigue llevándonos ventaja en todos los ámbitos, lo que supone que el ambiente de negatividad supere al de positividad en un contexto en el que se continúa improvisando. Improvisar nunca será bueno. Lo único que demuestra la improvisación es que el bautizado como covid-19, ese bicho al que hay que guardarle un respeto y con el que nos tenemos que acostumbrar a vivir -pese a que nos pese, no hay más remedio- seguirá ganándonos la batalla. A ver cómo se soluciona un asunto que esperemos que no de más dolores de cabeza de la cuenta, aunque todo apunta a que sí, que los dará.

Todo ello en un panorama en el que parece que nos hemos relajado más de la cuenta, como si todo lo vivido en los primeros meses de pandemia hubiese sido solo un mal sueño del que hemos despertado a la vida anterior. Qué gran mentira. Desde hace unos semanas otra vez el coronavuirus es más que nunca esa especie de espada afilada de Damocles que nos ha devuelto a la realidad. Día a día se cuentan por decenas y decenas los nuevos contagiados. Y lo peor de todo es que la cifra que dan los ayuntamientos de infectados poco o nada tiene que ver con las que adelanta la Consejería de Salud y Familias en sus partes jornada tras jornada. En el caso de los contagiados que dan los ayuntamientos la cifra es mucho mayor. Las autoridades siguen sin querer hablar de segunda ola mientras que los ciudadanos se preguntan que si esto no es una segunda ola ¿entonces qué es? Parte de culpa de todo lo que está pasando -y no es nada nuevo- la tienen las ganas de divertirse de esos jóvenes que parece que no entienden que el problema no es que ellos se infecten -que también- sino que acaben contagiando a otros cuidadanos. También parte del problema ha sido la movilidad propia de los meses de julio y agosto, meses vacacionales en los que se traspasan fronteras y se vuelve a las propias o se reciben visitas de quienes viven fuera. Con este panorama, los municipios se están autoconfinando porque se ven desbordados sin saber cómo parar una situación que cada día es mayor, se ven atados de pies y manos mientras esperan el apoyo de la Administración, un apoyo que tienen. ¿Hacia donde caminamos? El futuro es incierto, el futuro son nubes negras.

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