Matilde Cabello

Noche 'mágica' de Gordillo

LA carta publicitada en el Día de un joyero cordobés trae a la memoria algún que otro relato similar. Y aunque pocos se hayan atrevido a abordarlo públicamente, no faltan comentarios privados al respecto y -quién lo iba a pensar- un elenco de sucesos que añadir a un anecdotario del que parece que se ha abierto la veda.

Se diría que en las ágoras tradicionales de Córdoba -léase tabernas, oficinas y bares de desayunos- no se habla de otra cosa, aparte del Puente Romano de Juan Cuenca. Y es que, de ser ciertos los rumores -ya sabe usted que Córdoba es de rumores, nunca de gritos- el señor Gordillo tiene escasos testigos de la forma en que fue detenido y ninguno, evidentemente, de su estancia en Vista Alegre. Pero al parecer anda sobrado de llamadas con las que podría escribirse un libro, aún sin contar con los sheriff de pueblo. Habría una larga lista de agradecimientos a los anónimos colaboradores con amigos, parientes o conocidos cuyos casos no trascendieron.

Para esa Antología de Silenciados -por ponerle un título- servidora tendría una cita: "Si algún día te ves en un altercado, pide a tus dioses que te detenga la Guardia Civil o la Policía Nacional". Era la sugerencia de alguien que, en más de una ocasión, vio cómo el principio de veracidad del que gozan los uniformados destruía sin más pruebas, el derecho constitucional a la presunción de inocencia de los vecinos de a pie. Pues, de denuncias legalmente fallidas a causa de lo anterior, están comisarías y despachos si no llenos, adornados.

Una se pregunta qué habría sucedido si, en los presuntos malos tratos y humillaciones que denuncia el señir Gordillo, señalara a la Guardia Civil o la Policía Nacional. En un país donde los jóvenes miembros de ambos cuerpos parecen seguir cargando con los fantasmas de los perseguidores de rojos y los grises, ni siquiera su sólida formación o las estrictas pruebas intelectuales, físicas y psicológicas de sus academias de ingreso, les eximen de que el personal siga tirándose a su yugular ante la más mínima denuncia. De entrada, les supondría la apertura de un expediente a los diez minutos de haberse formulado ésta. Pues no es por desanimarlos, pero visto lo visto, bien podrían haberse dejado de tantos años de academias, tanto formulario y tanta preparación, cuando en cualquier ayuntamiento pueden vestir uniforme, llevar pistola, esposas o hasta vergajo y, encima, no se cuestionaría su veracidad. Qué cosas, oiga.

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