Mi marido y yo somos padres de dos niñas. Entre los múltiples debates que nos genera esto de la educación, la crianza y la transmisión de valores, tenemos unos cuantos absolutamente abiertos y muy lejos de cerrarlos. Uno de ellos es, niñas a concentraciones y manifestaciones sí/no. Ya saben, hacerlas partícipes de la lucha social, de protestas y actos públicos de reivindicación por aquello que a nosotros, los padres que les han tocado, nos moviliza.

Me cargaré toda la tensión dramática y la intriga del artículo y, algún amigo guionista me podrá reprobar no haber aguantado el suspense hasta el final y descubrir la resolución de la trama antes del último párrafo pero, desde ahora les anuncio que no lo tengo claro, que no hay conclusión, que me genera tanta contradicción el asunto que soy incapaz de mantener una postura definida al respecto. Les destriparé el final. No tenemos resolución alguna.

Los niños nacen en las familias que nacen, en el entorno que les toca. Y los padres y las madres educamos y transmitimos los valores, las convicciones, la ideología y hasta la fe. Las nuestras. Los hay que tienen señalados en el calendario el 1 de mayo, el 8 de marzo, el día de la familia, el 25 de noviembre, el de los animales o el del orgullo LGTBI. Que seamos de tirarnos a las calles o no, no conlleva que en el día a día, no eduquemos en esos principios, que nos les contemos lo que nos costó votar, lo que sufren quienes aman a quien otros creen que no pueden amar, lo que aporta el evangelio, lo amenazada que está la institución de la familia tradicional; hablémosles o no, de los diferentes modelos de familia y de los derechos del no nacido. Cada uno lo hace como puede, como siente o como cree. Pero ¿cuándo empezamos a implicarlos, a hacerlos carne de batucada, a darles cánticos y rimas profundas? Si aquel animal político que para Aristóteles era el hombre, lo es desde el principio o si la participación en asuntos públicos para lograr el bien común, debe dejarse para más adelante.

No lo sé, lo pregunto. Supongo que al final, solo nos queda seguir educando lo mejor que podamos, lo mejor que sepamos. Démosles en todo caso, instrumentos y mecanismos para que sean críticos, para que piensen, duden. Para que nos cuestionen también a nosotros. A lo mejor se trata de que tan sólo les prestemos nuestros argumentos y ambicionar a que monten los suyos propios. Lo de las calles, ahí queda.

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