Que uno ejerce la tarea de criar lo mejor que puede, es una obviedad para todos los padres y para todos aquellos que, sin serlo, colaboran de una manera u otra en la crianza. Que educamos desde el amor, ensayando, probando y equivocándonos, también. Que no vienen con manual de instrucciones que nos permita saber cómo abordar cada uno de los conflictos y las situaciones que nos ponen por delante, igual. Pero que nuestros niños, niñatos del mañana, tienen por delante un proceso de crecimiento incierto, en el que nuestro acompañamiento pese a inseguridades será determinante, por muy evidente que sea, da vértigo.

Esto de criar, de educar, de acompañar, no tiene garantías. No hay milagros ni trucos infalibles para que salga bien. Me da que no hay táctica plenamente efectiva. Complejo desde el principio y en cada etapa. Si las que hemos sido madres recientemente, nos hemos topado con las talibanas de la teta, los defensores del colecho, las del método BLW y eso nos ha generado cierta angustia, parece que luego, con lo de los coles, se mantiene; si eres de Montessori, de Waldorf, de fomento, de la pública o la concertada, ahí otra presión. Si eres clásica o demasiado moderna, si educas en roles de género, si te debates entre reforzar o denostar el rosa, de nuevo a cuestionarte. Pero no terminan cuando hacen o no, la comunión. No. Llega otra etapa, una de especial y natural conflictividad en la que hay más riesgos de que se nos vayan de las manos. Más miedo.

Miedo constatar los datos de un problema emergente y silenciando, el de los jóvenes y adolescentes con trastornos de conducta, el de una violencia filio-parental que crece y que no se ve, que se esconde y de la que no se habla. De padres avergonzados, frustrados y sufriendo sin contarlo. Aquellos, en su condición de jóvenes se sienten solos y perdidos, necesitan normas y a ver cuáles nos inventamos y de dónde sacamos las consecuencias que tendrán al saltárselas y, sobre todo, a ver cómo encontramos la manera de mantenernos firmes para llevarlas a efecto.

Para eso, por si llega -que llega y mucho- no podemos sino trabajárnoslo desde el principio, con la esperanza y la aspiración de poder contar con recursos que se configuren en herramientas para poder afrontar situaciones con las que no contamos pero que son una realidad. Hay que empezar a gritar a la Administración para que ponga atención, que los mire y los atienda, que se muestre receptiva y sensible con este asunto. Que sume para dar respuestas. Son nuestros niños, nuestros niñatos. Son el futuro.

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