Neandertales

Somos definitivamente híbridos y aún hay quien se cree muy distinto del vecino de enfrente

No se hablaba aún de dinomanía, pero muchos niños de los setenta estábamos igualmente fascinados por los lagartos terribles y los más resabiados nos permitíamos señalar como anacronismo el que salieran, en los tebeos o en los dibujos animados, persiguiendo a los hombres primitivos, que por fortuna -para ellos y para nosotros- aparecieron muchos millones de años después de la extinción de los grandes saurios. Todo lo relacionado con la prehistoria de la humanidad o del planeta nos atraía de un modo hipnótico, aprendíamos nombres extraños sin entender la etimología y bastaban las dos dimensiones de las láminas para remontarse a eras inconcebiblemente remotas. Antes de las recreaciones audiovisuales, ese oscuro y antiquísimo mundo seguía conservando un delicioso aire decimonónico: los libros exquisitamente ilustrados, la inolvidable retroaventura del profesor Challenger, la historieta gráfica del gran Tardi -cómo no amar a la heroína Adèle Blanc-Sec- donde tuvimos la primera noticia del maravilloso Jardin des Plantes, las fantasías en torno al eslabón perdido, los árboles genealógicos con sus vías muertas, las figuraciones de la evolución que mostraban el camino recorrido desde los primates a los antropopitecos y acababan en el humano moderno, que como concesión a los tiempos podía tomar la forma de un ejecutivo trajeado.

No se sabía entonces del pequeño homínido de la isla de Flores, que dejó boquiabiertos a los paleontólogos, o de ese ancestro común, documentado en Atapuerca, que llaman antecesor, ya homo pero no todavía -¿lo era en alguna medida?- propiamente sapiens. Ni tampoco del cruzamiento no infecundo entre los neandertales, primeros en habitar lo que sería Europa, y los lejanos ascendientes de la variedad en activo, por así llamarla, que acaso se ha mantenido más cerca del mono en los pueblos que aseguran haber preservado la pureza de la raza. Las sofisticadas infografías del presente ya no muestran un trazado lineal. Hubo, según explican ahora los especialistas, varias especies humanas que no sólo convivieron sino que holgaron y procrearon, en el caso de los neandertales, cuya huella genética pervive en un porcentaje mucho más alto de lo que se suponía hace sólo unos años, cuando empezó a verse claro que nuestras lejanas parientes no habían tenido problemas para aparearse con sus primos pese a las diferencias de morfología y quizá de entendimiento. En las aves están los dinosaurios y en los humanos actuales están los restos de esos primos que ya podemos llamar hermanos. Somos definitivamente híbridos y aún hay quien se cree muy distinto del vecino de enfrente.

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