¡Ya es Navidad!

El alcalde de Vigo mancilla lo poco, lo poquísimo que el verano tenía como ciclo intacto de niñez y tiempo

Cuando éramos analógicos el tiempo no nos faltaba el respeto. Quiere uno decir que el tiempo se regía por un orden estacional y amable. El verano nunca nos agradó demasiado. Pero, siendo justos, el verano era el verano. Al menos como coto del recuerdo. De niños lo asociábamos al difícil candor de la pureza, sobre todo cuando en la Costa del Sol nos topábamos con los primeros ejemplares de topless. Nos salían boqueras por comer higos y brevas. En la playa el pelo tomaba un tinte rubio macarra, pero natural (nada -o eso creemos- nos hacía pensar en sexualidades alternativas). Los ojos nos escocían por el cloro de las piscinas. A todas horas teníamos hambre canina. Nadie nos llevó a ver las lágrimas de San Lorenzo en la noche de agosto, pero fuimos gráciles bajo el oleaje de las mareas de Santiago. Cuando tocaba el retiro a una hacienda rural, la hora de la siesta la pasábamos comiendo melocotones aún verdes o enfrentando en combate a hormigas negras contra rojas, a las que dejábamos ciegas con ritual crueldad. Luego, con los años, vendría lo ya lo consabido. Esto es, la decepción, la burla y el malestar indefinido por la vida. Pero como estamos diciendo, para no perdernos, el verano no nos faltaba el respeto como parte del anuario. No tenemos constancia de que nosotros lo injuriásemos con alguna excentricidad fuera de onda o extemporánea. Que uno recuerde jamás se asoció el verano a un primer atisbo de Navidad. La única fantasía de nostalgia que nos invadía era cuando septiembre se iba columbrando con la derrota, siempre a los puntos, de la luz del verano. Pero, ¿adelantar la Navidad en pleno agosto?

Leímos hace unos días que el alcalde de Vigo, Abel Caballero, se mostró dichoso y ufano al instalar los primeros decorados de Navidad. En las fotos salía sonriente y mostrando el signo de la victoria con los dedos. Sobre 11 millones de luces led decorarán un total de 350 calles, de las que penderán 3.000 motivos navideños. Unos mil árboles lucirán decorados con frías luces respetuosas con el medio ambiente. Pero el muñecote de nieve será "el más grande del mundo". Por no hablar del árbol de Navidad, que será "el más grande del planeta". Vigo, ha dicho el regidor, ha ganado ya la batalla navideña de la ornamentación a la mismísima Nueva York. Con su irritante alegría ha mancillado lo poco, lo poquísimo que el verano tenía como ciclo intacto de niñez y tiempo. El signo de la victoria de Abel nos hace espolear a Caín, igual que jaleábamos a la hormiga negra contra la roja en aquel tiempo casi olvidado. Ya es Navidad en Vigo. Qué suerte.

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