El Nano

Resuelve la vida como una soleá. Con un zapateado vivo, a dos tiempos, acompasando con el acentuado palmeado

El Nano de Jerez es un cantaor y maestro de esos sentires que vamos acumulando conforme vivimos. Lo que más me ha marcado de él, tras años de escucharlo cantar por bulerías, malagueñas, tarantos, martinetes…, de verle hacer en gloriosos y puntuales momentos el Bombero, y años de echar raticosgüenos con él, es la definición sobre qué es el flamenco. Me lo dice con la voz tan raspada como raspado, me dice, tiene el corazón. "Zobrina -me susurra ante mis ojos-, tengo el corazón raspao". No me dijo roto, no. Ni que le había dado algún leñazo, no. Me dijo eso: "Tengo el corazón raspao". Y con él canta como si nuevo estuviera. Esas cicatrices hacen más jondo su cante. El sonido de sus cuerdas vocales está más rasgado que las mejores cuerdas de la más ilustre guitarra que tocase Paco de Lucía con Camarón. "La materia prima der flamenco, zobrina, eh er zilencio" Y en silencio me quedé mientras intentaba comprender, en su integridad, tan magistral definición. Me preguntaba si la materia prima del flamenco es el silencio que debemos respetar durante un cante los escuchantes o, por el contrario, si el flamenco nace del silencio que los cantaores se guardan para crear el arte que después expondrán. Siempre me gustó eso que se dice, en un flamenquito güeno, cuando nos reunimos no más de treinta personas y nos damos cuenta de que el gitano está tan gusto que se arranca a cantar. Los asistentes siguen enredados en sus palabras que se empiezan a descoser por el primer templado de garganta. Shhhh…vamo a ehcuschá. Susurro definitivo ante las voces liosas que van acallándose para hacerse dueño del aire el cante del Nano. Se arranca por alegrías. Siempre generoso en sus apariciones. Porque sabe que su prodigio expele un alma inmensa que contagia a todos. Es recortaíto de cuerpo. De paso menudo y nervioso. La camisa nunca se le sale de la cintura de los pantalones que lleva zanjados con un cinturón. El zapato siempre limpio, de su talla para dar las vueltas más hábiles y graciosas que las de Michael Jackson. Es refinado y con modales de un cantaor saleroso pero profundo. No gusta de las tonterías, aunque su sentido del humor le chorrea en una hilera interminable de anécdotas hilarantes que cuenta de su propia vida sin meterse en la de los demás. Sin pañuelo anudado al cuello para lágrimas aunque tenga motivos de tenerlas. Resuelve la vida como una soleá. Con un zapateado vivo, a dos tiempos, acompasando con el acentuado palmeado. El Nano: maestro del silencio, materia prima del flamenco.

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