Es triste que el mundo solo ruede por ser redondo pero este penoso axioma tiene rabiosa vigencia. No se trata de afrontar esto que está y aquello que viene, sea lo que sea, con estoicismo. Ni tampoco que no queramos hacer nada para evitarlo. Estamos dirigidos tontamente, promoviendo el movimiento, empujándolo, más propiamente, pero solo como apariencia de lo que falta a toneladas: exactamente dirección. El hartazgo por la improvisación permanente, muy ostentosamente vestida de palabrería y propaganda, ya ni nos inquieta. Sorprendería, llegados a este punto, no sabemos muy bien ni cómo ni por qué, que hubiera un esquema, aunque fuera básico, para reaccionar con algún sentido ante los distintos escenarios que se presentan. No reivindico, porque no soy un iluso, una reacción para acertar, esto ya sería ponerme muy exigente, sino para hacer. Hacer algo que responda a lo que ocurre y que esté previsto para el caso en que acontezca. No reclamo, porque solo se escucha alrededor un eco soberbio, que se sepa todo lo que puede ocurrir y que se tengan todas las respuestas. Ni mucho menos. Me conformaría con la percepción de un método reconocible, de que supiéramos que hay gente lista pensando en distintas posibilidades plausibles y, consecuentemente, acciones viables que refuercen las buenas opciones y minimicen el impacto de las malas. Y constato: encontrar parecidos con la realidad es pura ciencia ficción.

Escribo naderías al principio porque eso es lo que veo. Nada. Y cuando una mínima chorrada supera la nada, naderías. En la discusión hecho-reacción frente al binomio (mediocre y descompuesto, disfrazado con eslóganes chulos) pretexto-excusa, gana la pareja perdedora por goleada. Y los goles los encajamos todos. Es el triunfo de un relato manido, fundado en una letanía que aspira a categoría de verdad: nadie sabía cómo era esto, así que nadie sabía cómo afrontarlo, por lo que, haga lo que haga, ya estoy haciendo algo, así que no os quejéis, ingratos, que no dejaremos a nadie atrás y España Puede y todos los días me miro y constato qué guapo soy y qué tipo tengo. Es una apariencia de verdad, pero solo una apariencia. Nadie lo sabía, es cierto, y nadie sabía cómo afrontarlo, también, pero tras seis meses de sorpresa, alguien podría esperar algún plan. Podemos seguir esperando, mientras admiramos la insoportable belleza de nuestros líderes de barro. Que el tiempo pase, con los dedos cruzados, apuntándose cualquier tanto proveído por azar, esquivando el desastre porque (pretexto-excusa) nadie podía saber qué, nadie podía saber cómo. En ese relato, dispuesto en multi-canal, triunfará quien esté en el machito el día que el tiempo y, ojalá, la ciencia lo batan. Luego, para que lo consumamos los ingratos y los agradecidos, el relato esconde moraleja para iniciados y hooligans: aguantar. Lo que le echen.

Y, claro, si el tiempo y la ciencia no lo consiguen, siempre podemos acostumbrarnos.

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