Mujeres sabias

Las niñas inquietas de mañana tendrán mucho que agradecer a sus ilustres antepasadas

Conocimos a sor Juana Inés de la Cruz gracias a las amigas de Hispánicas, que recitaban casi de memoria las redondillas de Hombres necios que acusáis y tenían a la jerónima, cumbre del Barroco novohispano, por campeona de un feminismo inteligente, lúcido y bienhumorado, capaz de reivindicar el derecho de las mujeres al conocimiento, pero también de defender la religiosidad indígena o de abrazar una cosmovisión, ciertamente avanzada, en la que la ciencia no era enemiga de la teología. De vocación, como prueba su famosa Respuesta al obispo de Puebla, andaba la hermana más bien justa, nos explicaban, pero la vida del convento se ofrecía como una alternativa al matrimonio para las jóvenes que por distintas razones no querían someterse a la disciplina de los maridos, aunque la Iglesia -todavía hoy aferrada al mulieres in eclesiis taceant de san Pablo en Corintios- estuviera igualmente dirigida por hombres. No sin nostalgia recordamos aquellos debates en los que los aprendices de helenistas invocábamos la antiquísima figura de Safo y su corte de muchachas enamoradas, que inspiraron hermosísimos versos a los decadentistas franceses y pudorosos circunloquios a los estudiosos alemanes, uno de los cuales llegó a definir el ardiente círculo de la poeta de Lesbos como una escuela de señoritas. La propia sor Juana, consciente de que era el suyo un "sexo tan desacreditado en materia de letras", aducía ejemplos de "mujeres sabias" como Hipatia o santa Catalina de Alejandría, mártires inversas pero equiparables que siguen brillando en una constelación a la que se sumaría, ya en los albores del Renacimiento, Christine de Pizan, la maravillosa autora de La ciudad de las damas. Hay desde luego otra forma de sabiduría que se sitúa al margen de la tradición culta, nacida de la memoria no escrita del pueblo llano, en la que generaciones de mujeres iletradas han tenido especial protagonismo, pero fueron las que compitieron con los varones en su terreno, por definición vedado, las que formularon más explícitamente un anhelo liberador que movía al desdén o la caricatura y hoy se ha vuelto incontestable. Las precursoras de la emancipación habrían observado con asombro un mundo donde por primera vez, luego de siglos de vasallaje, se vislumbra algo parecido a la igualdad en el desempeño de las artes y los oficios intelectuales. Las niñas inquietas de mañana tendrán mucho que agradecer a ilustres antepasadas como Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Flora Tristán, nuestra Clara Campoamor y tantas otras. No cabe mejor forma de honrarlas que prescindir de los subproductos comerciales o de ocasión para acercarse directamente a sus obras.

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