Cómo aliviar el tedio de una espera cuando la memoria engarza sus blancos en la contractura de las horas, cuando el ayer es inmediata geometría de goces fracturados, frecuencia de sílabas de saliva y sal y húmedas fracciones de temor, silencio de cueva y prehistoria, asombro cenital de flores claudicantes, ocio del invierno con saturación de piel, la tarde con aliento de noche, el dolor con imán de sonrisa y el deseo como escocedura inaugural, implosión de carne en la estribación funesta del sueño, clonación de minutos (ramificación sigilosa del tiempo) que consolidan una víspera de lo colosal, tentación siniestra de la luna levitante que se bifurca y se metamorfosea y ya es carne y ya es mujer y fue luna sin atrezo de canela, apenas magma y trascendencia y sudor de miel en el titanio de las noches, luna lúbrica y lésbica con pauta de sangre, luna rapsódica y neoclásica en el balcón de los siglos, y ya es mujer y es carne y es la mirada cansada y la perversión de la elipse y el polvo de luna en los brazos como soportales, y es la arena amarga del cuello y la duplicación de la muerte en los catedralicios ojos, muerte en la palabra que sucedió al gemido y en la cosecha melódica de la espera, la indescifrable espera que deviene juego en las escaramuzas de la memoria y el cristal.

Lo de afuera es un belicismo de vegetales y funcionarios, lo de dentro tiene una vibración penúltima de liturgias de la piel, como en una tentativa de imaginaciones o una yuxtaposición de fragilidades que acuñaran un mismo, insólito lenguaje letal.

Hemisferio de mujeres que se sospechan, cordillera de penumbra y frío, premeditación del deseo en la declinación del día, arte de mirada y gestos, artesanía del no decir en la fronda expresiva de un conflicto de cuerpos. Es como una huerta el espacio, como un volcán doméstico o una celda inabarcable, y dos mujeres son escudos de sí mismas, latentes y desarmadas en un trance de religión y condena, y es herencia común la mermelada joven de la sonrisa, vendimia de una tarde entre noviembre y pecado. Y es derrota común la porcelana de los pechos y la dioptría del sentir. Insaciables, el cañón de sus ojos improvisa en la tarde una pirotecnia de fulgores oníricos. Y queda el perro como residuo amenazante, racional y humano en el carnaval clandestino de la depravación.

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