Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Morder el polvo

Como sociedad nos creíamos fuertes, invulnerables e impunes para hacer lo que nos diera la gana

La sociedad tecnificada, globalizada, digitalizada y que se dirigía a velocidad de crucero hacia un progreso inimaginable está mordiendo el polvo, miserablemente doblegada por un virus surgido en un remoto mercado de una ciudad China de la que nadie por aquí -que levante la mano el que me pueda contradecir- había escuchado hablar. Hasta que el coronavirus ha venido a hacer saltar por los aires todo lo que considerábamos firme y seguro vivíamos en una sociedad con valores propios de la adolescencia: nos creíamos fuertes, invulnerables, inmortales e impunes para hacer lo que nos diera la gana. Era la sociedad que había llevado al poder, en países a los que se suponía de solvencia mundial y liderazgo, a tipos como Trump, Putin o Boris Johnson y que ha permitido que en España hayamos entrado en una perenne inestabilidad política que la bloquea en montones de aspectos sustanciales de su desarrollo. También la sociedad que jugaba impunemente con el medio ambiente, que miraba a su alrededor con arrogancia infinita y que había creado un modelo en el que la desigualdad entre clases y entre países se hacía cada día más sangrante.

De pronto llegó el coronavirus y actuó como aquellos padres que cogían a sus hijos que se salían de carril y primero con argumentos, y si éstos no funcionaban con otros métodos más expeditivos, los metían en vereda. Es lo que nos está pasando. De pronto una epidemia que no sabemos controlar ha puesto patas arribas todo nuestro sistema de vida y al aire nuestras tremendas debilidades. Hasta hace cuatro días nos parecía asombroso que en China se pudiera confinar a provincias enteras con decenas de millones de personas o se pusieran a construir un hospital gigante en solo diez días. Nos lo tomábamos a guasa y los memes iban de grupo en grupo por los whatsapps de la gente. Hoy somos nosotros los que nos asomamos por las ventanas de nuestras casas a ciudades fantasmas en las que solo vemos coches de policías y solitarios paseadores de perros, y los que vivimos pendientes de las noticias sobre número de afectados y hospitales saturados con sanitarios sin medios para contener la avalancha de enfermos.

Algún día todo pasará y sobre las heridas recibidas será el momento de preguntarnos si hemos aprendido la lección o como los adolescentes de todo tiempo y lugar la olvidamos tan pronto como el padre se da la vuelta y se dedica a otra cosa. Más nos vale que de aquí salgan otros valores y otra forma de relacionarnos con nosotros mismos y con lo que nos rodea.

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