Moderados

Andalucía permanece aletargada, menos cuando se disfraza para alguna de sus muchas fiestas

La moderación, de momento, parece ser característica resaltable en los candidatos de las próximas elecciones presidenciales de la Junta de Andalucía. Consuela saber que no pretenden arrastrar, a estas tierras, el clima conflictivo que prevalece en otras partes de España. De todas formas, esta calificación de moderados, aplicada con significativa insistencia en estos días, esperemos que no oculte en realidad un cierto retraimiento por falta de ideas y propuestas. Benditos sean los comportamientos civilizados que eviten agresiones verbales, siempre que esa supuesta moderación no sea un disfraz de cómoda tibieza, al tener poco o nada que decir, más allá de algunas consideraciones genéricas. Porque una cosa es impedir que se conviertan estas elecciones en una sucursal, o en un campo de batalla, de los graves problemas que sacuden la vida política nacional, y, otra, aún peor, que las cuestiones reales de Andalucía permanezcan ausentes y sin debatir. Dado que pensarlas y elaborarlas exige estudio y reflexión y no cuatro frases calientes. Por muy deseable que sea, como ejemplo para todos, moderación en las formas, eso no debe excluir programas razonados, de unos y de otros, para discutirlos con rigor, datos y documentos y a cara descubierta. Este es el momento para dar esa lección. Enfrentando a todos los partidos con los problemas ancestrales que en esta tierra perduran. Andalucía permanece aletargada, menos cuando se disfraza para alguna de sus muchas fiestas. Por tanto, una cosa es moderar el tono expositivo de los programas, pero sin dejar por ello de remover conciencias y movilizar los ánimos de los propios andaluces. Y, a la vez, mostrarse atentos y críticos con los repartos (simbólicos y económicos) que de manera cautelosa se llevan a cabo, en el exterior, en mesas camillas de negociaciones gubernamentales nada transparentes. Así, al cometido político de la mejora global de la situación interna de la vida de los andaluces, hay que añadir una activa vigilancia de lo que sucede en esas otras comunidades con partidos separatistas que han hecho de su belicosidad el medio -infame pero efectivo- de conseguir privilegios, tal como ya sucedió en el pasado. Y no debe repetirse. Una discreta moderación en las formas, puede convertirse en una deseable imagen, en una característica ejemplar de convivencia en la política interna, siempre que ello no signifique desinteresarse, como está sucediendo ahora, del papel que Andalucía debe desempeñar en el conjunto de las tierras de España.

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