Estaba Ibn Hazm de Córdoba refugiado en Játiva tras la caída del califato, cuando, atendiendo a la petición de un amigo y quizás para endulzar su exilio, escribió esa obra maravillosa sobre el amor y los amantes llamada El collar de la paloma, cumbre de la literatura andalusí. La sabiduría de los griegos, los judíos y los cristianos se funde en ella con la más refinada dominante cultural y religiosa musulmana arabigoandaluza. Este año se cumple el milenario de esta obra maestra de la literatura universal que cayó en el olvido hasta su azaroso redescubrimiento en el siglo XIX a partir de una copia del original conservada desde 1665 en la Universidad de Leiden junto a otros escritos recopilados por el cónsul holandés en el Imperio Otomano sin que nadie le prestara atención hasta que el arabista holandés Reinhardt Dozy le prestó atención en 1841, permaneciendo inédita durante casi un siglo hasta su primera edición impresa en 1914 y sus primeras traducciones al inglés (1931), al ruso (1933), al alemán (1941), al francés (1949) y por fin al español (1952) por el genial arabista Emilio García Gómez, publicándose con prólogo de Ortega y Gasset. Mi generación la descubrió gracias a la edición que su bellísima traducción hizo Alianza en 1971.
Los actos y escritos que conmemoran el milenario de esta obra extraordinaria deben ser indisociables del recuerdo agradecido a Emilio García Gómez como heredero de la gran tradición del arabismo español que, como escribió Laín Entralgo, "es una de nuestras máximas aportaciones a la cultura occidental". Fue don Emilio sabio en muchos otros campos, además del arabismo, sin sombra de elitismo o pedantería y un entusiasta divulgador que, cosa rara en nuestro país, no hizo ascos a los modernos medios de comunicación como poderosos instrumentos de divulgación: fue miembro del Consejo de Administración de la Ser durante 40 años, desde 1955 hasta su fallecimiento en 1995.
Espero que siempre, pero más aún con motivo de este milenario, a los estudiantes españoles, y muy especialmente a los andaluces, sus profesores les hagan familiares y respetados los nombres de Ibn Hazm de Córdoba, El collar de la paloma y Emilio García Gómez, el madrileño más andaluz cuya última voluntad fue ser enterrado en su querida Granada a la que llegó en 1930 como catedrático de árabe y en la que fundó con apoyo de Fernando de los Ríos la Escuela de Estudios Árabes.
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