Veredas livianas

Noelia Santos

nsgemez@eldiadecordoba.com

Miércoles Santo

Estos días dejan clara manera en que se vive en esta tierra todo aquello que signifique apego

Era un día que debía intuirse soleado, pero siempre con esa duda y ese miedo que flotan en la indecisión de un cabildo de aguas. Un San Lorenzo de luz cegadora con una cruz sorteando las arcadas de la imponente iglesia, por cuyo rosetón se colaban esos rayos celestiales. Buen Pastor con sus fieles pegados a las paredes y el cuello mirando arriba, San Basilio siendo más barrio de barrios que nunca.

Mientras, Las Palmeras caminando juntas por esas avenidas infinitas, dejando patente el fervor por lo suyo, por su Cristo, por su Virgen. Y buen orden en San Pedro, con un mar de capirotes blancos y toques morados como la Pasión de estos días. Era el día de Capuchinos, de la hora larga viendo penitentes nazarenos, de coro de niños y niñas, de lucimiento cofrade, era Miércoles de Paz.

Entiendo poco a aquellos que se alegran de que la suspensión de las procesiones sea una de las consecuencias de la crisis sanitaria. No comprendo los ataques gratuitos a la Semana Santa, fiesta del pueblo para el pueblo, ataques que siempre suelen venir de Despeñaperros hacia arriba. Estos días, cuando son estos días de verdad, demuestran el fervor de un pueblo en una tradición que tiene mucho de casposo y de guardar en exceso las formas, cuando lo que habría que hacer sería guardar silencio en los bares de tertulia. Más allá de quienes hayan ocupado el poder de mandar en las cofradías, estos días, cuando son estos días de verdad, suelen traer aires de recuerdos, suelen evidenciar cómo es el esfuerzo y el cariño a una imagen, dejan clara la manera en que se vive en esta tierra todo aquello que signifique apego.

Más allá de la Iglesia y el dinero, del oro y los mantos, de los tontos de capirote. Más allá de todo eso, la Semana Santa es sinónimo de costumbre y costumbre no es una palabra con contenido peyorativo. A mí me suena más a paquete de pipas y a bocadillo envuelto en papel de aluminio. A quemarme las manos pidiendo cera y a calcular en qué acera ponerme para verle la cara al Caído. Me suena a familia, a Viernes Santo de bacalao y ensaladilla, de torrijas con azúcar mejor que con miel. Aunque todo eso, durante los últimos años, se haya convertido en horas frente a un ordenador. Aún así, costumbre y tradición me seguirán sonando bien, por eso ya estoy esperando al próximo Miércoles Santo.

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