La Historia de este palacio será la historia de nuestra forma de ser, de ese espíritu tan quieto, tan nuestro, que nos resulta tan común y que amamos tanto como detestamos. Será la historia del orgullo, primero, del aquí estoy yo. Del momento en que recalamos aquí, viniendo de cualquier parte, y te haces de la tierra rápido y veloz, más por necesidad que por vocación. Y uno recala aquí porque nace en este sitio o porque, habiendo nacido donde sea, renace aquí. Lo que cuenta es estar. Y, estando, te reivindicas. Y a vueltas de unos años muy malos y otros peores, resulta que sales adelante y, más que a trancas y barrancas, cuando menos te lo esperas, estás situado en lo alto de arriba y parece ser que mandas en el mundo conocido.

Empezará entonces la historia del esplendor. Se acabarán los miedos. Bueno, quizás a no a ti, que todavía andas sacudida por el respeto y, en el fondo, por saber que vienes de dónde vienes y cualquier día te devuelven, pero sí se les acabará a tus hijos y a los hijos de tus hijos, que no las han pasado ni medio canutas que las pasaste tú. Y, como tienes que demostrar tu poder y tu ambición y tu posición, te marcas un palacio tremendo a los pies de la Sierra Morena, en una ladera, justo aquí, dando envidia a propios y extraños. Es bonito dejar que piense la gente que la construyes por amor y en honor a una de tus favoritas, en tu honor. Sirve para endulzar que seas tu propio favorito. Y vendrá la permanencia. Las cosas van bien. Esto marchará. Y cada vez que te pegues una vuelta por ahí, defendiendo tus posiciones, ampliando tus fronteras, trayéndote las campanas de la catedral de cualquier santo, tendrás después en el palacio una celebración brillante. O cada vez que gobiernes el mundo, cuando añadas cultura, poesía, ciencia y edificación en el palacio de tu vida. Verás que los demás se construirán también, a tu sombra.

Hasta que tu sombra se agote. Y en un plis plas en el tiempo, todo el esfuerzo y el orgullo y el esplendor se apagan y se sepultan, trufados de guerras y por miserias, entre el calor y la arena, y la piedra y el silencio. Y se olvidará lo que has hecho, y lo que hicieron los hijos de tus hijos, y así pasarán años y eras hasta que el hombre y la mujer moderna se lo encuentren y lo desempolven y lo limpien y lo aclaren. Y, entonces, quizás, una humanidad que ya no quiera perderse más entre los ciclos del orgullo, del esplendor y la decadencia, te rescate para hacerte inmortal y llevarte en la memoria y trasladarla a la generación que esté por venir, para protegerte como legado. De no ser ya más tuyo, de ser por fin de todos.

Algún día esto que ves, que no es nada, Azahara, será una ciudad grande y hermosa, y dejará de serlo para convertirse en ruina. Y de la ruina, reina, otro día, quizás nos regale una historia que les salve el presente, obligándoles a mejorar el futuro.

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