¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Medallas y gorrazos

Muchos de los ex ministros condecorados merecerían más el capirote de borrico que la Orden de Carlos III

La película El gatopardo, dirigida por Visconti y basada en la novela homónima de Lampedusa, está llena de momentos simbólicos que resumen el cambio del Antiguo Régimen al nuevo orden liberal. Uno de ellos es cuando la bella Angelica, interpretada por una Claudia Cardinale que quita el hipo, llega a un baile de gala del brazo de su padre, don Calogelo, un arribista algo rústico que ha encontrado en los turbulentos momentos de la unificación italiana su oportunidad para el medro social. Don Calogelo luce en la pechera del frac una flamante y exagerada condecoración que provoca el reproche del prometido de su hija, el joven, aristocrático y no menos oportunista Tancredi Falconeri (que encarna un Alain Delon que seguro también quita el hipo a alguien). "Aquí no hace falta eso", le dice con desprecio Falconeri a su futuro suegro, consciente de que la chatarra del poder sólo puede impresionar a los necios.

Estos días ha existido cierto revuelo por la concesión a un buen puñado de exministros socialistas, populares y podemitas de la muy monárquica y concepcionista Orden de Carlos III, algo que al parecer es práctica habitual. Se comprende que haya existido especial morbo en que dos de los beneficiados hayan sido Pablo Iglesias, un furibundo republicano, y Máximo Huerta, una estrella fugaz en la constelación de la gobernación. Pero ambas medallas no son más que una consecuencia exagerada de un automatismo absurdo. Como cualquier ciudadano sabe, ni hoy ni en el pasado el hecho de ser ministro es garantía de nada, ni de inteligencia, ni de laboriosidad, ni de honradez. De hecho, en el listado de los 32 distinguidos seguro que todos encontramos ejemplos que, independientemente de su filiación ideológica, más que ser condecorados merecerían el manteo o una tunda de gorrazos por la calle principal.

Estamos, como tantas veces, ante una condecoración-racimo que apenas distingue a los buenos de los malos, los necios de los sabios, los trabajadores de los flojos. Y recordamos ahora la sabia enseñanza de un jesuita ya fallecido que, al vernos en el patio del colegio exhibiendo en el pecho una vieja condecoración, nos censuró con severidad: "esa medalla, Luis, te la colocas cuando te la hayas ganado". Pues eso es lo que llevan haciendo cientos de ministros desde tiempos inmemoriales, colocarse chatarras y oropeles que no les corresponden, presumir del azófar del poder cuando lo que deberían es lucir el capirote de los borricos escolares.

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