Mascarillas

Aún hay gente a la que la idea de llevarla le parece una especie de claudicación, como si fuera una señal de cobardía

Hace dos días me crucé por la calle con una familia de turistas que no llevaban mascarilla. Supongo que habían cogido un avión y habían hecho un viaje de un par de horas, así que lo último que deseaban era pasear con la cara cubierta, como aquellos cuatreros del Oeste que se embozaban el rostro con un pañuelo cuando se disponían a asaltar un rancho de cuáqueros piadosos que bebían un vaso de leche con las comidas. La mascarilla, además, les podría recordar que estaban viviendo una situación de riesgo, y supongo que eso era lo último que deseaban mientras disfrutaban de sus vacaciones. De acuerdo, sí, pero ¿no imaginaban esos turistas que estaban poniendo en peligro su salud, al igual que la de todos los transeúntes con los que se cruzaban? ¿No se les había ocurrido que llevar mascarilla era una medida de protección mucho más que justificada? Es cierto que sabemos muy poco de la pandemia, pero justamente por eso nadie debería actuar con esa temeraria falta de responsabilidad.

A pesar de todo lo que hemos vivido, aún hay mucha gente a la que la idea de llevar una mascarilla le parece una especie de claudicación, como si fuera una señal de debilidad o de cobardía. Muchos jóvenes, por ejemplo, se niegan en redondo a llevarla: como todos los jóvenes, se sienten tan invulnerables que no creen necesitarla, como si la epidemia no pudiera afectarles porque ellos están hechos de un material que es capaz de resistirlo todo, incluidas las pandemias y las pestes medievales. Y aunque hasta ahora haya habido pocos jóvenes contagiados, tampoco sabemos si el virus ha mutado y en cualquier momento pueda empezar a infectarles también a ellos. Pero por mucho que uno intente explicárselo, muchos jóvenes -lo sé de buena tinta- se niegan a tomar medidas de precaución. Ni respetan la distancia de seguridad ni quieren ponerse la mascarilla. Y es normal que sea así: todas las enseñanzas que han recibido -en la escuela, en la publicidad o en las redes sociales- les han convencido de que tienen el real derecho a hacer lo que les dé la gana.

Pues bien, a partir de ahora será obligatorio llevar mascarilla. Y nos podrán multar si no la llevamos. Y lo malo es que el autoritarismo con que las administraciones públicas empiezan a tratar a sus súbditos -aunque en este caso la medida esté justificada- se va introduciendo cada más en nuestras vidas.

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