Me cuesta una barbaridad, que no es poco. Llevo mal el calor y si este año empieza ya, voy a pensar seriamente en qué parte licuada de mi ancho ser disfrutarán mis desafortunados herederos. Algunos dicen que la memoria es corta: vale, pues la mía debe tener un apartado curioso para recordar el calor, porque el verano pasado fue asfixiante y desesperante, como el del año previo y así llevamos unos cuantos seguidos, y no se me olvida. Lo tengo vigilado.

Esa labor de vigilancia traicionera me ha llevado a preocuparme. A ver, yo suelo empezar la marcha sobre las 7, de normal. Estoy en planta temprano, ducha, café volando y un repaso rápido a papeles fáciles o cuatro líneas antes del jaleo fuerte. De paseo, después, al tajo. Otro café con periódico y arriba. Ahí ya no percibo mucho si aprieta fuerte o no, porque el uniforme en la mesa de trabajo no me exige chaqueta, que se queda colgada salvo que tenga que ver a alguien. Como muchas veces se impone salir para acudir a cualquiera de los momentazos que mi profesión reserva, es cuando, si viene Lorenzo fuertote, mi desesperación cunde. Puede ser que la caminata temprana al curro no muestre con claridad la que se avecina, aunque alguna sospecha alimenten los termómetros del camino, pero si a media mañana, en la calle, en cualquier pasillo, o en la sala, empiezo a resoplar y el sudor en mi frente comienza a aparecer, detecto enseguida el peligro. Ni que decir tiene el camino de vuelta, el de revuelta, a eso de las cuatro o cuatro y media, y la derrota definitiva cuando cae la tarde y ya terminas. Por si fuera poco todo, pronto el regalito del cambio de hora, que ya es para nota. En fin, que sé que ha llegado y ya no parará hasta convertir mis días en un deseo de huida permanente.

Quienes me conocen saben que busco el frío hasta en invierno. Casi nunca es bastante. Tolero una temperatura media bajita mucho mejor que una elevada. No diré que no agradezco una mañana de tibieza templada o una tarde de calor discreto, pero una. La celebración festiva de este calor temprano en los últimos días de este invierno flojo, preludio de la primavera guapa que presagia, me aturde porque, si esto ya va así a esta hora, en el verano inclemente de esta latitud crítica nos coceremos, otra vez, como centollos. Y yo ya estoy mayor para esto.

Así que, no es por fastidiar al personal, pero ciertamente aspiro a una pequeña venganza. He leído el pronóstico del tiempo y, según parece, ya hoy, que para mí todavía cuando escribo es una incógnita, ha cambiado la cosa y hace y hará menos calor. Puede que hasta llueva. Sé, sin duda, que ya durará poco. Puede que hasta escuche a alguien negar el cambio climático mientras tomo café y, a lo mejor, me sonrío pensando que ya verás como mayo marzee.

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