Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Maneras de Nadal

LA verdadera diferencia de Nadal anida en apreciar ciertos matices. La vida se construye en los matices, pero sólo se advierten si se acotan esos logros básicos, notorios, que son los que aglutinan las portadas. Si Rafael Nadal no hubiera ganado todo lo que ha ganado, si no hubiera mordido también Wimbledon, si no se hubiera revolcado por el césped igual que por la tierra, nadie hablaría hoy de su forma señora de ganar, de esa ética suave y elegante que sólo pueden permitirse los triunfadores. Cada vez que Rafael Nadal ha sacado a Roger Federer de la pista central de Roland Garros, cada vez que su brazo portentoso ha ganado en fuerza y en exactitud científica a los muy sublimes golpes de Federer, Nadal se ha apresurado a asegurar que era para él un gran honor ganar ante el mejor jugador de tenis que ha existido. Todo esto, en boca de cualquiera, podría sonar a retórica triunfal, a una falsa modestia colindante con la magnanimidad transitoria del vencedor reciente, pero sin embargo en Nadal parece algo más hondo, una cualidad tan interior como su fortaleza ganadora, fortaleza física y mental, visible e invisible, que puede consistir casi en ausentarse de sí mismo, de su entorno y de todo lo demás, a la hora vital en la que todo puede decidirse en una carta.

Nadal siempre se crece en esa carta, Nadal sabe jugarla con una voluntad: ser siempre enemigo de sí mismo, tentarse hasta el recodo más distante de su verdad interior. Nadal podría haberse quedado en un gran jugador sobre tierra batida, pero una vez conquistado el territorio había que proponerse nuevas metas, y no para cerrar las bocas compañeras que tosieron contra él, criticando su atracción mediática, porque la carroña de la envidia gentes como Nadal saben sacudirla de su espalda, sino porque un hombre con agallas, con ambición telúrica en la sangre, sólo sabe vivir sobre sus límites, venciéndolos y alejándolos de sí. Alguien debió de pensar, entonces, que la gloria de Nadal sería efímera, pero ya van unos cuantos Roland Garros y ahora empieza con Wimbledon, y ante un tenista superdotado, en majestuosidad y delicadeza, como es y será siempre Roger Federer. Esta pareja única, que ya va cimentando una amistad reverencial y honesta, ha conseguido lo que hace sólo unos pocos años parecía imposible: destrozar las cifras de Pete Sampras. Sin embargo Nadal, ahora que ya casi lo ha ganado todo, ahora que se ha vuelto superior a la mejor versión de él que conocíamos, es todavía mejor en la manera justa y caballerosa de ganar. En un mundo en el que el éxito es la única moneda de cambio más cortante, este hombre joven, que lo ha ganado todo, nos demuestra, tanto como Roger Federer perdiendo, que lo importante siempre es el estilo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios